domingo, 20 de setembro de 2020

MARIO BENEDETTI - EL AMOR Y LA LOCURA


EL AMOR Y LA LOCURA
CUENTOS PARA REFLEXIONAR
MARIO BENEDETTI
Imágenes de AMOR para Reflexionar, Valorar y entender qué es AMAR
¿Te preguntaste alguna vez por qué decimos “amar con locura”?
En este hermoso cuento, Mario Benedetti nos relata la historia de cuando los sentimientos y cualidades de los seres humanos se reunieron para jugar al escondite. Con su inmensa fantasía y claridad, en este cuento, el escritor uruguayo nos invita a conocernos, a identificar nuestras emociones y nos cuenta la historia de la relación entre amor y la locura.
“Cuentan que una vez se reunieron en algún lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: – ¡Vamos a jugar al escondite! –.
La Intriga levantó la ceja y la Curiosidad, sin poder contenerse, le preguntó: – ¿Al escondite?  Y, ¿cómo es eso?–.
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– Es un juego– explicó la Locura–  en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego– .
El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada. Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse: ¿para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya). La Cobardía prefirió no arriesgarse.
– Uno, dos tres…–, comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza. Como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino.  La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Que si un lago cristalino para la Belleza, que si una hendida en un árbol, perfecto para la Timidez, que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad, que si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad…y así terminó por acurrucarse en un rayito de sol.
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El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: aireado, cómodo, pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris).
La Pasión y el Deseo, en el centro de los volcanes.  El Olvido, se me olvidó dónde se escondió, pero eso no es lo más importante.
La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve y el Amor no había aún encontrado sitio para esconderse. Un millón contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera a la que encontró fue la Pereza, a sólo tres pasos detrás de unas piedras. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
A inveja ... um triste sentimento... | Toluna
De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.  
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (mentira, en el fondo del mar). Encontró hasta el Olvido, que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Sólo el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, y en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y pensó: –El Amor, siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas.–  Y tomando una horquilla comenzó a mover las ramas, cuando de pronto se escuchó un doloroso grito: las espinas habían herido los ojos del Amor, y la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
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Desde entonces, desde que por primera vez se jugó en la Tierra al escondite, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.“
Snow White Theres Nobody Like Him Anywhere At GIF

FIN

segunda-feira, 7 de setembro de 2020

CARLOS SAVARIANO - EL FINO TACONEO DE TUS PASOS

EL FINO TACONEO DE TUS PASOS
POR CARLOS SAVARIANO

CINE TEATRO MODA RADIO TV – Diana De Maria
Me até los zapatos usando cordones compuestos con mis bigotes.
Como mi rostro empezó a sentir frío me dejé crecer el cordón de la vereda, en el área comprendida entre la nariz y el labio superior.
Esta circunstancia dio inicio a un ciclo de transformaciones edilicias que me incumbían en lo profundo, dado que se realizaban sobre mi persona.
Al borde del bigote una cuadrilla de operarios me instaló una columna; desde entonces una luz de mercurio me ilumina por las noches. Si el día es de esos espantosamente nublados, cuando la claridad merma, el dispositivo se enciende también; no me queda claro si el encendido responde a la programación o es un mero accidente.
Un gato viene siempre y se echa a dormir sobre mi bigote aprovechando el sol de la mañana, hasta que cualquier urgencia o algún asunto lo obligan a retirarse.
Si me duermo y me babeo se hacen charcos debajo de mis cordones. A veces pasan los barrenderos municipales y empujan mis babas a la alcantarilla y a veces no.
Los primeros tiempos supieron juntarse pibes en mis mejillas y jugaban a la pelota o al poli-ladron.
Después no vinieron más. Ahora sólo viene un coso con aerosoles y me pinta grafitis en el frontispicio.
Museu Paulista (São Paulo) - Estátua do Bandeirante Francisco de Brito  Peixoto | Patrimônio belga no Brasil

A mis sienes las llamo esquinas u ochavas y estoy sospechando que mis orejas puedan llegar a transformarse en fuentes, cada una con su correspondiente chorro de agua cristalina. Porque desde que me dejé crecer los cordones de la vereda como mostacho me fui metamorfoseando en calle.
Pero no una acera cualquiera, sino una con aroma a magnolia y glicina y jazmín del cabo, donde los higos asoman por sobre las ligustrinas y las parejas de novios se afanan en los portales.
Una donde hacer un pozo junto al bigote y rellenarlo de arena silícea y un poco de arcilla y cal. Luego plantar un naranjo que florezca en septiembre y cada primavera yo muera y resucite entre perfumes de azahar. Cuando sople el pampero mi árbol se doblará hasta rozar el piso y con sus ramas escribirá garabatos que serán como trazos lingüísticos, mensajes cifrados destinados al mundo arbóreo.
Bien ya está hecho. Junto al tronco apoyé una botella de plástico llena de agua. No sea que me caguen los perros.
Glicínia Púrpura - Jardim Exótico - O maior portal de mudas do Brasil.
JASMIN
Cada tanto se me afloja alguna baldosa y efectúo los reclamos pertinentes al Gobierno de turno, instándolos a que se ocupen del tema. Incluso suelen hacerse baches en el asfalto, pero de estos no presento quejas porque los automovilistas, conociendo el estado de la vía, evitan transitarme. Es un detalle sumamente alentador: para los que nos volvimos calle, cualquier vehículo tanto sea a motor o tracción a sangre, es tan molesto como un mosquito.
En fin, la cuestión es que todos los días compro el matutino y salgo con un banquito a sentarme sobre mí mismo. Leo compulsivamente los horóscopos (occidental, chino, qué más da, si hubiera horóscopo para ratas lo leería igual) para ver si entre sus galimatías puedo tomar como una señal cierto disparate.
Uma Nova Vida para uma Velha Glicínia - YouTube
GLICÍNIA
Cuando me aburro sigo el vuelo de los pájaros y le doy una interpretación distinta de acuerdo a sus destinos. Tuve que dividir el cielo en nano porciones, fue un proceso de signos ampliados a medida que se fueron incrementando las probabilidades. En general a todo pájaro o bandada que se dirige a los radios ubicados entren los extremos sur y oeste, inclusive, les asigno atributos esperanzadores.
No suele ser así con los trazos direccionados hacia las antípodas.
Si no se divisan aves, pierdo más que gano, jugando al cara y seca de la moneda en un revoleo constante que quiero convertir, igualmente, en vaticinio. En algunas oportunidades doy de comer a los gorriones que comen en mis manos de camino. No forman hileras aguardando sus raciones sino que se aproximan en un desborde caótico. Debe ser algo psicológico de ellos, porque desde que unos muchachos con el rostro cubierto me hicieron un piquete a la altura del cinturón, yo, calle, me he extendido hasta la punta de los dedos de ambos pies, cuestión que los plumíferos tienen suficiente espacio para ser más ordenados.
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MAGNÓLIA
Si los resultados de todas estas estratagemas se dan de narices contras las paredes del acuario como un barbo ciego y si no transitan mis aceras los profetas, los clarividentes, los absurdos nigromantes, me doblo como una hoja de papel una serpentina un pionono un aro/una serpiente/el alfa y el omega y me voy disminuyendo, no tan pequeño como un punto, y me circulo de tal manera que mis oídos aterrizan en el embaldosado de mi pecho.
Y allí espero y escucho, atiendo y persevero, porque intuyo que ha de llegar el instante en que, entre los ruidos del trajín del mundo, la vanidad de los oficios humanos, yo percibiré, débilmente al principio, con rotunda nitidez al acercarte, el fino taconeo de tus pasos. De inmediato retornaré a lo que en mi aún permanezca de humano, me volveré carne nuevamente para festejarnos y me sentaré a la sombra del naranjo y sabré que, doblando el recodo de mis sienes, sin lugar a dudas, estarás volviendo.
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FIN

quarta-feira, 2 de setembro de 2020

QUIROGA, HORÁCIO - LA TORTUGA GIGANTE

LA TORTUGA GIGANTE
POR HORACIO QUIROGA
 La tortuga gigante - Cuento de Horacio Quiroga
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
– «Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.»
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
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El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza.
Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.Tigre a atacar | Imagem de tigre, Tigre desenho, Animais
– «Ahora» —se dijo el hombre—, «voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.»
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.Tartaruga gigante é encontrada passando mal em praia de SC - ANDA - Agência  de Notícias de Direitos Animais
El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
– «Voy a morir» —dijo el hombre—. «Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.»                                 Mochila tortugas ninja caparazon | Siéntete como un auténtico guerrero.
Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
– «El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.»
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
– «Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.»
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
– «Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.»
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Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
– «Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.»
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Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez — encontró a los dos viajeros moribundos.
– «¡Qué tortuga!» —dijo el ratón—. «Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?»
– «No» —le respondió con tristeza la tortuga—. «Es un hombre.»
– «¿Y adónde vas con ese hombre?» —añadió el curioso ratón.
– «Voy… voy… Quería ir a Buenos Aires» —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. «Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré…»
– «¡Ah, zonza, zonza!» —dijo riendo el ratoncito—. «¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.»
Curiosidades sobre Buenos Aires – GiruaTur
Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.
Expresso | Imagens que marcam esta sexta-feira, 9 de agosto
Fin.
 La tortuga gigante es uno de los cuentos de la colección cuentos clásicos infantiles de Horacio Quiroga..