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quarta-feira, 9 de junho de 2021

ANÓNIMO - EL ÁRBOL DE LOS ZAPATOS

 El árbol de los zapatos
anónimo

          Juan y María miraban a su padre que cavaba en el jardín. Era un trabajo muy pesado. Después de una gran palada, se incorporó, enjugándose la frente.
       - Mira, papá ha encontrado una bota vieja -dijo María.
         - ¿Qué vas a hacer con ella? -quiso saber Juan.
        - Se podría enterrar aquí mismo -sugirió el señor Martín-, Dicen que si se pone un zapato viejo debajo de un cerezo crece mucho mejor.
María se rió.
        - ¿Qué es lo que crecerá? ¿La bota?
     - Bueno, si crece, tendremos bota asada para comer.
      Y la enterró. Ya entrada la primavera, un viento fuerte derribó el cerezo y el señor Martín fue a recoger las ramas caídas. Vio que había una planta nueva en aquel lugar. Sin embargo, no la arrancó, porque quería ver qué era. Consultó todos sus libros de jardinería, pero no encontró nada que se le pareciera.
        - Jamás vi una planta como ésta -les dijo a Juan y a María.

        Era una planta bastante interesante, así que la dejaron crecer, a pesar de que acabó por ahogar los retoños del cerezo caído. Crecía muy bien; a la primavera siguiente, era casi un arbolito. En otoño, aparecieron unos frutos grisáceos. Eran muy raros: estaban llenos de bultos y tenían una forma muy curiosa.
      - Ese fruto me recuerda algo -dijo la señora Martín. Entonces se dio cuenta de lo que era-. ¡Parecen botas! ¡Sí, son como unos pares de botas colgadas de los talones!
      - ¡Es verdad! Parecen botas -dijo Juan asombrado, tocando el fruto.
     - ¿Habéis dicho botas? -preguntó la señora Gómez, asomándose.
      - ¡Sí, crecen botas!
    - Pedrito ya es grande y necesitará botas -dijo la señora Gómez-, ¿Puedo acercarme a mirarlas?
     - Claro que sí. Pase y véalas con sus propios ojos.
     La señora Gómez se acercó, con el bebé en brazos. Lo puso junto al árbol, cabeza abajo. Juan y María acercaron un par de frutos a sus pies.
     - Aún no están maduras -dijo Juan-Vuelva mañana para ver si han crecido un poco más.
La señora Gómez volvió al día siguiente, con su bebé, pero la fruta era aún demasiado pequeña. Al final de la semana, sin embargo, comenzó a madurar, tomando un brillante color marrón.
   Un día descubrieron un par que parecía justo el número de Pedrito. María las bajó y la señora Gómez se las puso a su hijo. Le quedaban muy bien y Pedrito comenzó a caminar por el jardín.
    Juan y María se lo contaron a sus padres, y el señor Martín decidió que todos los que necesitaran botas para sus hijos podían venir a recogerlas del árbol.
Pronto todo el pueblo se enteró del asombroso árbol de los zapatos y muchas mujeres vinieron al jardín, con sus niños pequeños. Algunas alzaban a los bebés para poder calzarles los zapatos y ver si les iban bien.      Otras los levantaban cabeza abajo para medir la fruta con sus pies. Juan y María recogieron las que sobraban y las colocaron sobre el césped, ordenándolas por pares. Las madres que habían llegado tarde se sentaron con sus niños. Juan y María iban de aquí para allá, probando las botas, hasta que todos los niños tuvieron las suyas. Al final del día, el árbol estaba pelado.
     Una de las madres, la señora Blanco, llevó a sus trillizos y consiguió zapatos para los tres. AI llegar a casa, se los mostró a su marido y le dijo:
     - Los traje gratis, del árbol del señor Martín. Mira, la cáscara es dura como el cuero, pero por dentro son muy suaves. ¿No es estupendo?
     El señor Blanco contempló detenidamente los pies de sus hijos.
     - Quítales los zapatos -dijo, al fin-. Tengo una idea y la pondré en práctica en cuanto pueda.
  Al año siguiente, el árbol produjo frutos más grandes; pero como a los niños también les habían crecido los pies, todos encontraron zapatos de su número.
    Así, año tras año, la fruta en forma de zapato crecía lo mismo que los pies de los niños.
Un buen día apareció un gran cartel en casa del señor Blanco, que ponía, con grandes letras marrones: CALZADOS BLANCO, S.A.
  - Andaba el señor Blanco con mucho misterio plantando cosas en su huerto -dijo el señor Martín a su familia-. Por fin lo entiendo. Plantó todos los zapatos que les dimos a sus hijos durante estos años y ahora tiene muchos árboles, el muy zorro.
    - Dicen que se hará rico con ellos -exclamó la señora Martín con amargura.
   En verdad, parecía que el señor Blanco se iba a hacer muy rico. Ese otoño contrató a tres mujeres para que le recolectaran los zapatos de los árboles y los clasificaran por números. Luego envolvían los zapatos en papel de seda y los guardaban en cajas para enviarlos a la ciudad, donde los venderían a buen precio.
     Al mirar por la ventana, el señor Martín vio al señor Blanco que pasaba en un coche elegantísimo.
     - Nunca pensé en ganar dinero con mi árbol -le comentó a su mujer.
    - No sirves para los negocios, querido - dijo la señora Martín, cariñosamente - De todos modos, me alegro de que todos los niños del pueblo puedan tener zapatos gratis.
       Un día, Juan y María paseaban por el campo, junto al huerto del señor Blanco. Este había construido un muro muy alto para que no entrara la gente. Sin embargo, de pronto asomó por encima del muro la cabeza de un niño. Era Pepe, un amigo de Juan y María. Con gran esfuerzo había escalado el muro.
        - Hola, Pepe -dijo Juan-, ¿Qué hacías en el jardín del señor Blanco?
        El niño, que saltó ante ellos, sonrió.
     - Ya veréis… -dijo, recogiendo frutos de zapato hasta que tuvo los brazos llenos- Son del huerto. Los arrojé por encima del muro. Se los llevaré a mi abuelita, que me va a hacer otro pastel de zapato.
    - ¿Un pastel?-preguntó María- No se me había ocurrido. ¿Y está bueno?
    - Verás…, la cáscara es un poco dura. Pero si cocinas lo de dentro, con mucho azúcar, está muy rico. Mi abuelita hace unos pasteles estupendos con los zapatos. Ven a probarlos, si quieres.
       Juan y María ayudaron a Pepe a llevar los frutos a su abuela, y todos comieron un trozo de pastel. Era dulce y muy rico, tenía un sabor más fuerte que las manzanas y muy raro. A Juan y a María les gustó muchísimo. Al llegar a casa, recogieron algunas frutas que quedaban en el árbol de los zapatos.
       - Las pondremos en el horno -dijo María-E1 año pasado aprendí a hacer manzanas asadas.
María y Juan asaron los zapatos, rellenándolos con pasas de uva. Cuando sus padres volvieron de trabajar, se los sirvieron, con nata. Al señor y a la señora Martín les gustaron tanto como a los niños. Al terminar, el señor Martín dijo riendo:
        - ¡Vaya! Tengo una idea magnífica y la pondré en práctica.
       Al día siguiente, fue al pueblo en su viejo coche, con el maletero lleno de cajas de frutos de zapato. Se detuvo en la feria y habló con un vendedor. Entonces comenzó a descargar el coche. El vendedor escribió algo en un gran cartel y lo colgó en su puesto.
Pronto se juntó una muchedumbre.
        - ¡Mirad!
        - Frutos de zapato a 5 monedas el kilo.
       - Yo pagué 500 monedas por un par para mi hijo - dijo una mujer. Alzó a su niño y les enseñó las frutas que llevaba puestas -. Mirad, por éstas pagué 500 monedas en la zapatería. ¡Y aquí las venden a 5!
     - ¡Sólo cinco monedas! - gritaba el vendedor -. Hay que pelarlos y comer la pulpa, que es deliciosa. ¡Son muy buenos para hacer pasteles!
       - Nunca más volveré a comprarlos en la zapatería - dijo otra mujer.
     Al final del día, el vendedor se sentía muy contento. El señor Martin le había regalado los frutos y ahora tenía la cartera llena de dinero.
     A la mañana siguiente, el señor Martín volvió al pueblo y leyó en los carteles de las zapaterías: “Zapatos Naturales Blanco – crecen como sus niños”. Y debajo habían puesto unos carteles nuevos que decían: ‘7Grandes rebajas! ¡5 monedas el par!”
      Después de esto, todo el mundo se puso contento: los niños del pueblo seguían consiguiendo zapatos gratis del árbol de la familia Martín, y a la gente de la ciudad no les importaba pagar 5 monedas por un par en la zapatería. Y todos los que querían podían comer la fruta. El único que no estaba contento era el señor Blanco; aún vendía algunos zapatos, pero ganaba menos dinero que antes.
       El señor Martín le preguntó a su mujer:
       - ¿Crees que estuve mal con el señor Blanco?
      - Me parece que no. Después de todo, la fruta es para comerla ¿verdad?
       - Y además -añadió María - ¿no fue lo que dijiste al enterrar aquella bota vieja? ¿Te acuerdas? Nos prometiste que cenaríamos botas asadas. 

fin

quarta-feira, 19 de maio de 2021

HERMANOS GRIMM - EL ENANO SALTARIN

 EL ENANO SALTARÍN RUMPELSTILTSKIN

HERMANOS GRIMM

          Cuentan que en un tiempo muy lejano el rey decidió pasear por sus dominios, que incluían una pequeña aldea en la que vivía un molinero junto con su bella hija. Al interesarse el rey por ella, el molinero mintió para darse importancia: "Además de bonita, es capaz de convertir la paja en oro hilándola con una rueca." El rey, francamente contento con dicha calidad de la muchacha, no lo dudó un instante y la llevó con él a palacio.
         Una vez en el castillo, el rey ordenó que condujesen a la hija del molinero a una habitación repleta de paja, donde había también una rueca: "Tienes hasta el alba para demostrarme que tu padre decía la verdad y convertir esta paja en oro. De lo contrario, serás desterrada."
      La pobre niña lloró desconsolada, pero he aquí que apareció un estrafalario enano que le ofreció hilar la paja en oro a cambio de su collar. La hija del molinero le entregó la joya y... zis-zas, zis-zas, el enano hilaba la paja que se iba convirtiendo en oro en las canillas, hasta que no quedó ni una brizna de paja y la habitación refulgía por el oro.
      Cuando el rey vio la proeza, guiado por la avaricia, espetó: "Veremos si puedes hacer lo mismo en esta habitación." Y le señaló una estancia más grande y más repleta de paja que la del día anterior.
         La muchacha estaba desesperada, pues creía imposible cumplir la tarea pero, como el día anterior, apareció el enano saltarín: "¿Qué me das si hilo la paja para convertirla en oro?" preguntó al hacerse visible. "Sólo tengo esta sortija." Dijo la doncella tendiéndole el anillo. "Empecemos pues," respondió el enano. Y zis-zas, zis-zas, toda la paja se convirtió en oro hilado. Pero la codicia del rey no tenía fin, y cuando comprobó que se habían cumplido sus órdenes, anunció: "Repetirás la hazaña una vez más, si lo consigues, te haré mi esposa." Pues pensaba que, a pesar de ser hija de un molinero, nunca encontraría mujer con dote mejor. Una noche más lloró la muchacha, y de nuevo apareció el grotesco enano: "¿Qué me darás a cambio de solucionar tu problema?" Preguntó, saltando, a la chica. "No tengo más joyas que ofrecerte," y pensando que esta vez estaba perdida, gimió desconsolada. "Bien, en ese caso, me darás tu primer hijo," demandó el enanillo. Aceptó la muchacha: "Quién sabe cómo irán las cosas en el futuro." - "Dijo para sus adentros." Y como ya había ocurrido antes, la paja se iba convirtiendo en oro a medida que el extraño ser la hilaba. Cuando el rey entró en la habitación, sus ojos brillaron más aún que el oro que estaba contemplando, y convocó a sus súbditos para la celebración de los esponsales.
          Vivieron ambos felices y al cabo de un año, tuvieron un precioso retoño. La ahora reina había olvidado el incidente con la rueca, la paja, el oro y el enano, y por eso se asustó enormemente cuando una noche apareció el duende saltarín reclamando su recompensa.
          "Por favor, enano, por favor, ahora poseo riqueza, te daré todo lo que quieras." ¿Cómo puedes comparar el valor de una vida con algo material? Quiero a tu hijo," exigió el desaliñado enano. Pero tanto rogó y suplicó la mujer, que conmovió al enano: "Tienes tres días para averiguar cuál es mi nombre, si lo aciertas, dejaré que te quedes con el niño. Por más que pensó y se devanó los sesos la molinerita para buscar el nombre del enano, nunca acertaba la respuesta correcta.
       Al tercer día, envió a sus exploradores a buscar nombres diferentes por todos los confines del mundo. De vuelta, uno de ellos contó la anécdota de un duende al que había visto saltar a la puerta de una pequeña cabaña cantando:

        "Hoy tomo vino,
        y mañana cerveza,
        después al niño sin falta traerán.
        Nunca, se rompan o no la cabeza,
        el nombre Rumpelstiltskin adivinarán!"

      Cuando volvió el enano la tercera noche, y preguntó su propio nombre a la reina, ésta le contestó: "¡Te llamas Rumpelstiltskin!"
        "¡No puede ser!" gritó él, "¡no lo puedes saber! ¡Te lo ha dicho el diablo!" Y tanto y tan grande fue su enfado, que dio una patada en el suelo que le dejó la pierna enterrada hasta la mitad, y cuando intentó sacarla, el enano se partió por la mitad.

HERMANOS GRIMM - EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS

 EL LOBO Y LAS SIETE CABRITILLAS

HERMANOS GRIMM
      
          Érase una vez una vieja cabra que tenía siete cabritas, a las que quería tan tiernamente como una madre puede querer a sus hijos. Un día quiso salir al bosque a buscar comida y llamó a sus pequeñuelas. "Hijas mías," les dijo, "me voy al bosque; mucho ojo con el lobo, pues si entra en la casa os devorará a todas sin dejar ni un pelo. El muy bribón suele disfrazarse, pero lo conoceréis enseguida por su bronca voz y sus negras patas." Las cabritas respondieron: "Tendremos mucho cuidado, madrecita. Podéis marcharos tranquila." Despidióse la vieja con un balido y, confiada, emprendió su camino.
           No había transcurrido mucho tiempo cuando llamaron a la puerta y una voz dijo: "Abrid, hijitas. Soy vuestra madre, que estoy de vuelta y os traigo algo para cada una." Pero las cabritas comprendieron, por lo rudo de la voz, que era el lobo. "No te abriremos," exclamaron, "no eres nuestra madre. Ella tiene una voz suave y cariñosa, y la tuya es bronca: eres el lobo." Fuese éste a la tienda y se compró un buen trozo de yeso. Se lo comió para suavizarse la voz y volvió a la casita. Llamando nuevamente a la puerta: "Abrid hijitas," dijo, "vuestra madre os trae algo a cada una." Pero el lobo había puesto una negra pata en la ventana, y al verla las cabritas, exclamaron: "No, no te abriremos; nuestra madre no tiene las patas negras como tú. ¡Eres el lobo!" Corrió entonces el muy bribón a un tahonero y le dijo: "Mira, me he lastimado un pie; úntamelo con un poco de pasta." Untada que tuvo ya la pata, fue al encuentro del molinero: "Échame harina blanca en el pie," díjole. El molinero, comprendiendo que el lobo tramaba alguna tropelía, negóse al principio, pero la fiera lo amenazó: "Si no lo haces, te devoro." El hombre, asustado, le blanqueó la pata. Sí, así es la gente.
       
          Volvió el rufián por tercera vez a la puerta y, llamando, dijo: "Abrid, pequeñas; es vuestra madrecita querida, que está de regreso y os trae buenas cosas del bosque." Las cabritas replicaron: "Enséñanos la pata; queremos asegurarnos de que eres nuestra madre." La fiera puso la pata en la ventana, y, al ver ellas que era blanca, creyeron que eran verdad sus palabras y se apresuraron a abrir. Pero fue el lobo quien entró. ¡Qué sobresalto, Dios mío! ¡Y qué prisas por esconderse todas! Metióse una debajo de la mesa; la otra, en la cama; la tercera, en el horno; la cuarta, en la cocina; la quinta, en el armario; la sexta, debajo de la fregadera, y la más pequeña, en la caja del reloj. Pero el lobo fue descubriéndolas una tras otra y, sin gastar cumplidos, se las engulló a todas menos a la más pequeñita que, oculta en la caja del reloj, pudo escapar a sus pesquisas. Ya ahíto y satisfecho, el lobo se alejó a un trote ligero y, llegado a un verde prado, tumbóse a dormir a la sombra de un árbol.
     Al cabo de poco regresó a casa la vieja cabra. ¡Santo Dios, lo que vio! La puerta, abierta de par en par; la mesa, las sillas y bancos, todo volcado y revuelto; la jofaina, rota en mil pedazos; las mantas y almohadas, por el suelo. Buscó a sus hijitas, pero no aparecieron por ninguna parte; llamólas a todas por sus nombres, pero ninguna contestó. Hasta que llególe la vez a la última, la cual, con vocecita queda, dijo: "Madre querida, estoy en la caja del reloj." Sacóla la cabra, y entonces la pequeña le explicó que había venido el lobo y se había comido a las demás. ¡Imaginad con qué desconsuelo lloraba la madre la pérdida de sus hijitas!                                                    
        Cuando ya no le quedaban más lágrimas, salió al campo en compañía de su pequeña, y, al llegar al prado, vio al lobo dormido debajo del árbol, roncando tan fuertemente que hacía temblar las ramas. Al observarlo de cerca, parecióle que algo se movía y agitaba en su abultada barriga. ¡Válgame Dios! pensó, ¿si serán mis pobres hijitas, que se las ha merendado y que están vivas aún? Y envió a la pequeña a casa, a toda prisa, en busca de tijeras, aguja e hilo. Abrió la panza al monstruo, y apenas había empezado a cortar cuando una de las cabritas asomó la cabeza. Al seguir cortando saltaron las seis afuera, una tras otra, todas vivitas y sin daño alguno, pues la bestia, en su glotonería, las había engullido enteras. ¡Allí era de ver su regocijo! ¡Con cuánto cariño abrazaron a su mamaíta, brincando como sastre en bodas! Pero la cabra dijo: "Traedme ahora piedras; llenaremos con ellas la panza de esta condenada bestia, aprovechando que duerme." Las siete cabritas corrieron en busca de piedras y las fueron metiendo en la barriga, hasta que ya no cupieron más. La madre cosió la piel con tanta presteza y suavidad, que la fiera no se dio cuenta de nada ni hizo el menor movimiento.
         Terminada ya su siesta, el lobo se levantó, y, como los guijarros que le llenaban el estómago le diesen mucha sed, encaminóse a un pozo para beber. Mientras andaba, moviéndose de un lado a otro, los guijarros de su panza chocaban entre sí con gran ruido, por lo que exclamó:
                "¿Qué será este ruido
                que suena en mi barriga?
                Creí que eran seis cabritas,
                mas ahora me parecen chinitas."
          Al llegar al pozo e inclinarse sobre el brocal, el peso de las piedras lo arrastró y lo hizo caer al fondo, donde se ahogó miserablemente. Viéndolo las cabritas, acudieron corriendo y gritando jubilosas: "¡Muerto está el lobo! ¡Muerto está el lobo!" Y, con su madre, pusiéronse a bailar en corro en torno al pozo.
 
  

FIN

domingo, 7 de março de 2021

LAURA HERNANDEZ - DON CANGREJO

DON CANGREJO Y CANGREJÍN.

Fabula recolectada por laura hernandez
               
          Érase una vez dos cangrejos que vivían en la orillita del mar. Uno de los cangrejos era ya mayor, Don Cangrejo, y el peso de sus años solo podía compararse a la grandeza de su cuerpo. El otro en cambio, Cangrejín, era joven, debilucho y pequeño, pero también muy bello. Apesar de sus edades, los dos cangrejos gustaban de salir a pasear por la orilla del mar, sabedores de que muchos otros animalitos marinos se asomaban solo para poder contemplarlos. De manera que allí estaban las medusas, los peces, las estrellas de mar, los delfines…todos pendientes del desfile casi diario que realizaban estos pequeños animales.

          Pero la actitud a la hora del paseo era muy distinta en el cangrejo viejo que en el cangrejo joven. Estaba tan orgulloso este cangrejo de sus años, de su robustez y de su apariencia, que caminaba siempre con aires de grandeza, sintiéndose más, incluso, que su propio amigo y acompañante. Tan arrogante podía llegar a ser su actitud, que un día, ni corto ni perezoso, decidió reprocharle a su amigo los andares que llevaba por la playa, como si anduviera cojeando y de costado.
        - ¡Por qué no aprendes a andar como debe ser, cangrejo tonto! - le decía el cangrejo mayor
        - ¡Vamos a hacer el ridículo por tu culpa!


        Qué tristeza sintió el cangrejo más joven al escuchar aquellas palabras. También se compadeció de su amigo, que en su afán de creerse mejor que ningún otro animal marino, ni siquiera era capaz de darse cuenta de que todos los de su especie andan de lado y con las patitas curvadas, para protegerse así de cualquier posible enemigo corriendo más veloces. Tan pendiente estaba el cangrejo viejo de sacar defectos a los demás, que no conseguía ver que él tampoco era perfecto.

quarta-feira, 11 de novembro de 2020

OSHO - UN CUENTO DE OSHO

UN CUENTO DE OSHO

OSHO

             Este cuento de Osho nos dice que en el concepto de paraíso de los hindúes se cree que el edén es un lugar que está poblado por seres y posibilidades extraordinarias. Entre ellas, la de contener árboles de los deseos. Estos son seres dotados de poderes mágicos. Parecen árboles comunes y corrientes, pero tienen la facultad de conceder cualquier deseo que los mortales le pidan tan pronto como lo expresen.
           Se dice que una vez existió un hombre muy prendado de lo material. Había evolucionado muy poco en el orden espiritual y dedicó todas sus preocupaciones a lo inmediato. En cierta ocasión, el protagonista de este cuento de Osho se quedó profundamente dormido. Su espíritu comenzó a vagar. No era lógico que esto le ocurriera estando vivo, pero hubo un error en el orden natural de las cosas. Por eso llegó al mundo del más allá.
           De pronto el espíritu del hombre de nuestra historia se vio al frente de varios caminos. No sabía cuál tomar y simplemente decidió seguir por el que estaba más cerca. Una gran fortuna, ya que este camino conducía directamente al paraíso de los hindúes. Sin embargo, el hombre lo ignoraba.


LOS DESEOS SE HACEN REALIDAD

            Según el cuento de Osho, el hombre quedó fascinado por todo lo que encontró en el jardín encantado. Le parecía bellísimo, pero no tenía la más mínima idea de que estaba en el edén. Por eso se comportaba como si estuviera en un lugar corriente. Caminó un rato y luego se sintió cansado. Entonces decidió dormir un poco. Sin sospecharlo, eligió a un árbol de los deseos para acurrucarse allí. Luego, se quedó profundamente dormido.
       Al despertar solo podía pensar en que tenía mucha hambre. Entonces dijo: “Quisiera tener algo delicioso para comer. Tengo mucho apetito”. De pronto, con gran asombro, vio que ante sus ojos aparecían las más deliciosas viandas. Sin preguntarse por qué había ocurrido esto, el hombre solo quiso saciar su apetito.
        Cuando terminó con la comida, sintió sed. Entonces dijo: “Quisiera tener algo para beber. Tengo mucha sed”. No había terminado de decirlo cuando aparecieron los más deliciosos vinos, los mismos que inmediatamente probó hasta quedar satisfecho.


UN FINAL DESCONCERTANTE

          Saciado ya su apetito y su sed, cayó en la cuenta de que no era normal lo que le estaba ocurriendo. El cuento de Osho nos dice que fue entonces cuando el hombre comenzó a sospechar que algo muy extraño estaba ocurriendo. Empezó a sentir miedo y dijo: “¿Estaré soñando o habrá fantasmas gastándome una broma?”
         Como sus palabras eran órdenes, el árbol de los deseos convirtió en realidad lo que había en la mente de aquel hombre. Entonces aparecieron un montón de fantasmas que jugaban y bromeaban con él. Por supuesto, el hombre del cuento de Osho se sintió aterrado. Entonces, sin pensar en lo que decía, señaló: “¡Son horribles! ¡Seguro me van a matar!”.
Como imaginarás, los fantasmas lo mataron. Pese a lo ingenuo del cuento de Osho, encierra una enseñanza muy cierta. Nos habla de esa magia que tienen las palabras. De cómo de alguna manera atraemos a aquello que deseamos. Así, aunque hagan falta otros ingredientes, el propio deseo ya es un viento favorable. A través de las palabras le damos forma a nuestra conciencia y a nuestra voluntad. Por eso, y aunque nos cueste creerlo, finalmente terminamos obteniendo todo aquello que habita en nuestra mente.
                                 FIN

domingo, 20 de setembro de 2020

MARIO BENEDETTI - EL AMOR Y LA LOCURA


EL AMOR Y LA LOCURA
CUENTOS PARA REFLEXIONAR
MARIO BENEDETTI
Imágenes de AMOR para Reflexionar, Valorar y entender qué es AMAR
¿Te preguntaste alguna vez por qué decimos “amar con locura”?
En este hermoso cuento, Mario Benedetti nos relata la historia de cuando los sentimientos y cualidades de los seres humanos se reunieron para jugar al escondite. Con su inmensa fantasía y claridad, en este cuento, el escritor uruguayo nos invita a conocernos, a identificar nuestras emociones y nos cuenta la historia de la relación entre amor y la locura.
“Cuentan que una vez se reunieron en algún lugar de la Tierra todos los sentimientos y cualidades de los seres humanos.
Cuando el Aburrimiento había bostezado por tercera vez, la Locura, como siempre tan loca, les propuso: – ¡Vamos a jugar al escondite! –.
La Intriga levantó la ceja y la Curiosidad, sin poder contenerse, le preguntó: – ¿Al escondite?  Y, ¿cómo es eso?–.
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– Es un juego– explicó la Locura–  en el que yo me tapo la cara y comienzo a contar desde uno hasta un millón, y, cuando yo haya terminado de contar, el primero de ustedes al que yo encuentre ocupará mi lugar para continuar el juego– .
El Entusiasmo bailó secundado por la Euforia. La Alegría dio tantos saltos que terminó convenciendo a la Duda, e incluso a la Apatía, a la que nunca le interesaba hacer nada. Pero no todos querían participar. La Verdad prefirió no esconderse: ¿para qué? si al final siempre la hallaban. Y la Soberbia opinó que era un juego muy tonto (en realidad lo que le molestaba era que la idea no hubiese sido suya). La Cobardía prefirió no arriesgarse.
– Uno, dos tres…–, comenzó a contar la Locura.
La primera en esconderse fue la Pereza. Como siempre tan perezosa se dejó caer tras la primera piedra del camino.  La Fe subió al cielo, y la Envidia se escondió tras la sombra del Triunfo que, con su propio esfuerzo, había logrado subir a la copa del árbol más alto. La Generosidad casi no alcanzó a esconderse, cada sitio que hallaba le parecía maravilloso para alguno de sus amigos. Que si un lago cristalino para la Belleza, que si una hendida en un árbol, perfecto para la Timidez, que si el vuelo de una mariposa, lo mejor para la Voluptuosidad, que si una ráfaga de viento, magnífico para la Libertad…y así terminó por acurrucarse en un rayito de sol.
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El Egoísmo, en cambio, encontró un sitio muy bueno desde el principio: aireado, cómodo, pero sólo para él. La Mentira se escondió en el fondo de los océanos (mentira, se escondió detrás del arco iris).
La Pasión y el Deseo, en el centro de los volcanes.  El Olvido, se me olvidó dónde se escondió, pero eso no es lo más importante.
La Locura contaba ya novecientos noventa y nueve mil novecientos noventa y nueve y el Amor no había aún encontrado sitio para esconderse. Un millón contó la Locura y comenzó a buscar.
La primera a la que encontró fue la Pereza, a sólo tres pasos detrás de unas piedras. Después se escuchó la Fe discutiendo con Dios sobre Teología y a la Pasión y el Deseo los sintió vibrar en los volcanes. En un descuido encontró a la Envidia y, claro, pudo deducir dónde estaba el Triunfo. Al Egoísmo no tuvo ni que buscarlo, él solo salió disparado de su escondite, que había resultado ser un nido de avispas.
A inveja ... um triste sentimento... | Toluna
De tanto caminar sintió sed, y al acercarse al lago descubrió a la Belleza. Y con la Duda resultó más fácil todavía, pues la encontró sentada en una cerca sin decidir aún dónde esconderse.  
Así fue encontrando a todos. Al Talento entre la hierba fresca, a la Angustia en una oscura cueva, a la Mentira detrás del arco iris (mentira, en el fondo del mar). Encontró hasta el Olvido, que ya se había olvidado que estaba jugando a las escondidas.
Sólo el Amor no aparecía por ningún sitio. La Locura buscó detrás de cada árbol, bajo cada arroyo del planeta, y en la cima de las montañas, y cuando estaba por darse por vencida divisó un rosal y pensó: –El Amor, siempre tan cursi, seguro se escondió entre las rosas.–  Y tomando una horquilla comenzó a mover las ramas, cuando de pronto se escuchó un doloroso grito: las espinas habían herido los ojos del Amor, y la Locura no sabía qué hacer para disculparse. Lloró, rogó, pidió perdón y hasta prometió ser su lazarillo.
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Desde entonces, desde que por primera vez se jugó en la Tierra al escondite, el Amor es ciego y la Locura siempre lo acompaña.“
Snow White Theres Nobody Like Him Anywhere At GIF

FIN

segunda-feira, 7 de setembro de 2020

CARLOS SAVARIANO - EL FINO TACONEO DE TUS PASOS

EL FINO TACONEO DE TUS PASOS
POR CARLOS SAVARIANO

CINE TEATRO MODA RADIO TV – Diana De Maria
Me até los zapatos usando cordones compuestos con mis bigotes.
Como mi rostro empezó a sentir frío me dejé crecer el cordón de la vereda, en el área comprendida entre la nariz y el labio superior.
Esta circunstancia dio inicio a un ciclo de transformaciones edilicias que me incumbían en lo profundo, dado que se realizaban sobre mi persona.
Al borde del bigote una cuadrilla de operarios me instaló una columna; desde entonces una luz de mercurio me ilumina por las noches. Si el día es de esos espantosamente nublados, cuando la claridad merma, el dispositivo se enciende también; no me queda claro si el encendido responde a la programación o es un mero accidente.
Un gato viene siempre y se echa a dormir sobre mi bigote aprovechando el sol de la mañana, hasta que cualquier urgencia o algún asunto lo obligan a retirarse.
Si me duermo y me babeo se hacen charcos debajo de mis cordones. A veces pasan los barrenderos municipales y empujan mis babas a la alcantarilla y a veces no.
Los primeros tiempos supieron juntarse pibes en mis mejillas y jugaban a la pelota o al poli-ladron.
Después no vinieron más. Ahora sólo viene un coso con aerosoles y me pinta grafitis en el frontispicio.
Museu Paulista (São Paulo) - Estátua do Bandeirante Francisco de Brito  Peixoto | Patrimônio belga no Brasil

A mis sienes las llamo esquinas u ochavas y estoy sospechando que mis orejas puedan llegar a transformarse en fuentes, cada una con su correspondiente chorro de agua cristalina. Porque desde que me dejé crecer los cordones de la vereda como mostacho me fui metamorfoseando en calle.
Pero no una acera cualquiera, sino una con aroma a magnolia y glicina y jazmín del cabo, donde los higos asoman por sobre las ligustrinas y las parejas de novios se afanan en los portales.
Una donde hacer un pozo junto al bigote y rellenarlo de arena silícea y un poco de arcilla y cal. Luego plantar un naranjo que florezca en septiembre y cada primavera yo muera y resucite entre perfumes de azahar. Cuando sople el pampero mi árbol se doblará hasta rozar el piso y con sus ramas escribirá garabatos que serán como trazos lingüísticos, mensajes cifrados destinados al mundo arbóreo.
Bien ya está hecho. Junto al tronco apoyé una botella de plástico llena de agua. No sea que me caguen los perros.
Glicínia Púrpura - Jardim Exótico - O maior portal de mudas do Brasil.
JASMIN
Cada tanto se me afloja alguna baldosa y efectúo los reclamos pertinentes al Gobierno de turno, instándolos a que se ocupen del tema. Incluso suelen hacerse baches en el asfalto, pero de estos no presento quejas porque los automovilistas, conociendo el estado de la vía, evitan transitarme. Es un detalle sumamente alentador: para los que nos volvimos calle, cualquier vehículo tanto sea a motor o tracción a sangre, es tan molesto como un mosquito.
En fin, la cuestión es que todos los días compro el matutino y salgo con un banquito a sentarme sobre mí mismo. Leo compulsivamente los horóscopos (occidental, chino, qué más da, si hubiera horóscopo para ratas lo leería igual) para ver si entre sus galimatías puedo tomar como una señal cierto disparate.
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GLICÍNIA
Cuando me aburro sigo el vuelo de los pájaros y le doy una interpretación distinta de acuerdo a sus destinos. Tuve que dividir el cielo en nano porciones, fue un proceso de signos ampliados a medida que se fueron incrementando las probabilidades. En general a todo pájaro o bandada que se dirige a los radios ubicados entren los extremos sur y oeste, inclusive, les asigno atributos esperanzadores.
No suele ser así con los trazos direccionados hacia las antípodas.
Si no se divisan aves, pierdo más que gano, jugando al cara y seca de la moneda en un revoleo constante que quiero convertir, igualmente, en vaticinio. En algunas oportunidades doy de comer a los gorriones que comen en mis manos de camino. No forman hileras aguardando sus raciones sino que se aproximan en un desborde caótico. Debe ser algo psicológico de ellos, porque desde que unos muchachos con el rostro cubierto me hicieron un piquete a la altura del cinturón, yo, calle, me he extendido hasta la punta de los dedos de ambos pies, cuestión que los plumíferos tienen suficiente espacio para ser más ordenados.
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Si los resultados de todas estas estratagemas se dan de narices contras las paredes del acuario como un barbo ciego y si no transitan mis aceras los profetas, los clarividentes, los absurdos nigromantes, me doblo como una hoja de papel una serpentina un pionono un aro/una serpiente/el alfa y el omega y me voy disminuyendo, no tan pequeño como un punto, y me circulo de tal manera que mis oídos aterrizan en el embaldosado de mi pecho.
Y allí espero y escucho, atiendo y persevero, porque intuyo que ha de llegar el instante en que, entre los ruidos del trajín del mundo, la vanidad de los oficios humanos, yo percibiré, débilmente al principio, con rotunda nitidez al acercarte, el fino taconeo de tus pasos. De inmediato retornaré a lo que en mi aún permanezca de humano, me volveré carne nuevamente para festejarnos y me sentaré a la sombra del naranjo y sabré que, doblando el recodo de mis sienes, sin lugar a dudas, estarás volviendo.
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FIN

quarta-feira, 2 de setembro de 2020

QUIROGA, HORÁCIO - LA TORTUGA GIGANTE

LA TORTUGA GIGANTE
POR HORACIO QUIROGA
 La tortuga gigante - Cuento de Horacio Quiroga
Había una vez un hombre que vivía en Buenos Aires, y estaba muy contento porque era un hombre sano y trabajador. Pero un día se enfermó, y los médicos le dijeron que solamente yéndose al campo podría curarse. Él no quería ir, porque tenía hermanos chicos a quienes daba de comer; y se enfermaba cada día más. Hasta que un amigo suyo, que era director del Zoológico, le dijo un día:
– «Usted es amigo mío, y es un hombre bueno y trabajador. Por eso quiero que se vaya a vivir al monte, a hacer mucho ejercicio al aire libre para curarse. Y como usted tiene mucha puntería con la escopeta, cace bichos del monte para traerme los cueros, y yo le daré plata adelantada para que sus hermanitos puedan comer bien.»
El hombre enfermo aceptó, y se fue a vivir al monte, lejos, más lejos que Misiones todavía. Hacía allá mucho calor, y eso le hacía bien.
Vivía solo en el bosque, y él mismo se cocinaba. Comía pájaros y bichos del monte, que cazaba con la escopeta, y después comía frutos. Dormía bajo los árboles, y cuando hacía mal tiempo construía en cinco minutos una ramada con hojas de palmera, y allí pasaba sentado y fumando, muy contento en medio del bosque que bramaba con el viento y la lluvia.
Había hecho un atado con los cueros de los animales, y lo llevaba al hombro. Había también agarrado vivas muchas víboras venenosas, y las llevaba dentro de un gran mate, porque allá hay mates tan grandes como una lata de kerosene.
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El hombre tenía otra vez buen color, estaba fuerte y tenía apetito. Precisamente un día que tenía mucha hambre, porque hacía dos días que no cazaba nada, vio a la orilla de una gran laguna un tigre enorme que quería comer una tortuga, y la ponía parada de canto para meter dentro una pata y sacar la carne con las uñas. Al ver al hombre el tigre lanzó un rugido espantoso y se lanzó de un salto sobre él. Pero el cazador, que tenía una gran puntería, le apuntó entre los dos ojos, y le rompió la cabeza.
Después le sacó el cuero, tan grande que él solo podría servir de alfombra para un cuarto.Tigre a atacar | Imagem de tigre, Tigre desenho, Animais
– «Ahora» —se dijo el hombre—, «voy a comer tortuga, que es una carne muy rica.»
Pero cuando se acercó a la tortuga, vio que estaba ya herida, y tenía la cabeza casi separada del cuello, y la cabeza colgaba casi de dos o tres hilos de carne.
A pesar del hambre que sentía, el hombre tuvo lástima de la pobre tortuga, y la llevó arrastrando con una soga hasta su ramada y le vendó la cabeza con tiras de género que sacó de su camisa, porque no tenía más que una sola camisa, y no tenía trapos. La había llevado arrastrando porque la tortuga era inmensa, tan alta como una silla, y pesaba como un hombre.
La tortuga quedó arrimada a un rincón, y allí pasó días y días sin moverse.Tartaruga gigante é encontrada passando mal em praia de SC - ANDA - Agência  de Notícias de Direitos Animais
El hombre la curaba todos los días, y después le daba golpecitos con la mano sobre el lomo.
La tortuga sanó por fin. Pero entonces fue el hombre quien se enfermó. Tuvo fiebre, y le dolía todo el cuerpo.
Después no pudo levantarse más. La fiebre aumentaba siempre, y la garganta le quemaba de tanta sed. El hombre comprendió entonces que estaba gravemente enfermo, y habló en voz alta, aunque estaba solo, porque tenía mucha fiebre.
– «Voy a morir» —dijo el hombre—. «Estoy solo, ya no puedo levantarme más, y no tengo quien me dé agua, siquiera. Voy a morir aquí de hambre y de sed.»                                 Mochila tortugas ninja caparazon | Siéntete como un auténtico guerrero.
Y al poco rato la fiebre subió más aún, y perdió el conocimiento.
Pero la tortuga lo había oído, y entendió lo que el cazador decía. Y ella pensó entonces:
– «El hombre no me comió la otra vez, aunque tenía mucha hambre, y me curó. Yo le voy a curar a él ahora.»
Fue entonces a la laguna, buscó una cáscara de tortuga chiquita, y después de limpiarla bien con arena y ceniza la llenó de agua y le dio de beber al hombre, que estaba tendido sobre su manta y se moría de sed. Se puso a buscar enseguida raíces ricas y yuyitos tiernos, que le llevó al hombre para que comiera. El hombre comía sin darse cuenta de quién le daba la comida, porque tenía delirio con la fiebre y no conocía a nadie.
Todas las mañanas, la tortuga recorría el monte buscando raíces cada vez más ricas para darle al hombre, y sentía no poder subirse a los árboles para llevarle frutas.
El cazador comió así días y días sin saber quién le daba la comida, y un día recobró el conocimiento. Miró a todos lados, y vio que estaba solo, pues allí no había más que él y la tortuga, que era un animal. Y dijo otra vez en voz alta:
– «Estoy solo en el bosque, la fiebre va a volver de nuevo, y voy a morir aquí, porque solamente en Buenos Aires hay remedios para curarme. Pero nunca podré ir, y voy a morir aquí.»
Pero también esta vez la tortuga lo había oído, y se dijo:
– «Si queda aquí en el monte se va a morir, porque no hay remedios, y tengo que llevarlo a Buenos Aires.»
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Dicho esto, cortó enredaderas finas y fuertes, que son como piolas, acostó con mucho cuidado al hombre encima de su lomo, y lo sujetó bien con las enredaderas para que no se cayese. Hizo muchas pruebas para acomodar bien la escopeta, los cueros y el mate con víboras, y al fin consiguió lo que quería, sin molestar al cazador, y emprendió entonces el viaje.
La tortuga, cargada así, caminó, caminó y caminó de día y de noche. Atravesó montes, campos, cruzó a nado ríos de una legua de ancho, y atravesó pantanos en que quedaba casi enterrada, siempre con el hombre moribundo encima. Después de ocho o diez horas de caminar, se detenía, deshacía los nudos, y acostaba al hombre con mucho cuidado, en un lugar donde hubiera pasto bien seco.
Iba entonces a buscar agua y raíces tiernas, y le daba al hombre enfermo. Ella comía también, aunque estaba tan cansada que prefería dormir.
A veces tenía que caminar al sol; y como era verano, el cazador tenía tanta fiebre que deliraba y se moría de sed. Gritaba: ¡agua!, ¡agua!, a cada rato. Y cada vez la tortuga tenía que darle de beber.
Así anduvo días y días, semana tras semana. Cada vez estaban más cerca de Buenos Aires, pero también cada día la tortuga se iba debilitando, cada día tenía menos fuerza, aunque ella no se quejaba. A veces se quedaba tendida, completamente sin fuerzas, y el hombre recobraba a medias el conocimiento. Y decía, en voz alta:
– «Voy a morir, estoy cada vez más enfermo, y sólo en Buenos Aires me podría curar. Pero voy a morir aquí, solo, en el monte.»
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Él creía que estaba siempre en la ramada, porque no se daba cuenta de nada. La tortuga se levantaba entonces, y emprendía de nuevo el camino.
Pero llegó un día, un atardecer, en que la pobre tortuga no pudo más. Había llegado al límite de sus fuerzas, y no podía más. No había comido desde hacía una semana para llegar más pronto. No tenía más fuerza para nada.
Cuando cayó del todo la noche, vio una luz lejana en el horizonte, un resplandor que iluminaba el cielo, y no supo qué era. Se sentía cada vez más débil, y cerró entonces los ojos para morir junto con el cazador, pensando con tristeza que no había podido salvar al hombre que había sido bueno con ella.
Y sin embargo, estaba ya en Buenos Aires, y ella no lo sabía. Aquella luz que veía en el cielo era el resplandor de la ciudad, e iba a morir cuando estaba ya al fin de su heroico viaje.
Pero un ratón de la ciudad —posiblemente el ratoncito Pérez — encontró a los dos viajeros moribundos.
– «¡Qué tortuga!» —dijo el ratón—. «Nunca he visto una tortuga tan grande. ¿Y eso que llevas en el lomo, qué es? ¿Es leña?»
– «No» —le respondió con tristeza la tortuga—. «Es un hombre.»
– «¿Y adónde vas con ese hombre?» —añadió el curioso ratón.
– «Voy… voy… Quería ir a Buenos Aires» —respondió la pobre tortuga en una voz tan baja que apenas se oía—. «Pero vamos a morir aquí, porque nunca llegaré…»
– «¡Ah, zonza, zonza!» —dijo riendo el ratoncito—. «¡Nunca vi una tortuga más zonza! ¡Si ya has llegado a Buenos Aires! Esa luz que ves allá, es Buenos Aires.»
Curiosidades sobre Buenos Aires – GiruaTur
Al oír esto, la tortuga se sintió con una fuerza inmensa, porque aún tenía tiempo de salvar al cazador, y emprendió la marcha.
Y cuando era de madrugada todavía, el director del Jardín Zoológico vio llegar a una tortuga embarrada y sumamente flaca, que traía acostado en su lomo y atado con enredaderas, para que no se cayera, a un hombre que se estaba muriendo. El director reconoció a su amigo, y él mismo fue corriendo a buscar remedios, con los que el cazador se curó enseguida.
Cuando el cazador supo cómo lo había salvado la tortuga, cómo había hecho un viaje de trescientas leguas para que tomara remedios, no quiso separarse más de ella. Y como él no podía tenerla en su casa, que era muy chica, el director del Zoológico se comprometió a tenerla en el Jardín, y a cuidarla como si fuera su propia hija.
Y así pasó. La tortuga, feliz y contenta con el cariño que le tienen, pasea por todo el jardín, y es la misma gran tortuga que vemos todos los días comiendo el pastito alrededor de las jaulas de los monos.
Expresso | Imagens que marcam esta sexta-feira, 9 de agosto
Fin.
 La tortuga gigante es uno de los cuentos de la colección cuentos clásicos infantiles de Horacio Quiroga..