El
ciervo, el manantial y el león
Adaptación
de la fábula de Esopo
POR: CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
Érase una vez un joven ciervo que vivía plácidamente en lo más
profundo de un frondoso bosque. La historia cuenta que una tarde de muchísimo
calor, comió unos cuantos brotes tiernos que había en un arbusto y después
salió a dar un paseo.
El sol achicharraba sin compasión y de pronto se sintió agobiado por
la sed. Olfateó un poco el aire para localizar el manantial más cercano y se
fue hasta él caminando despacito. Una vez allí, bebió agua fresca a grandes
sorbos.
– ¡Qué delicia! ¡No hay nada mejor que meter el hocico en el agüita
fría los días de verano!
Cuanto terminó de refrescarse cayó en la cuenta de que el agua
transpariente del manantial le devolvía su propia imagen. Por lo general solía
beber en pequeños charcos no demasiado limpios, así que nunca había tenido la
oportunidad de contemplar su figura con claridad.
¡La sensación de verse reflejado en ese gran espejo le encantó! Se
miró detenidamente desde todos los ángulos posibles y sonrió con satisfacción.
Como la mayoría de los venados, era un animal muy hermoso, de suave pelaje
pardo y cuello estilizado.
– ¡La verdad es que soy bastante más guapo de lo que pensaba! ¡Y qué
astas tan increíbles tengo! Sin duda es la cornamenta más bella que hay por los
alrededores.
El ciervo, presumido, observó su cabeza durante buen rato; después, se
inclinó un poco y posó la mirada sobre el reflejo de sus patas, debiluchas y
finas como cuatro juncos sobre un arroyo. Un tanto decepcionado, suspiró:
– Con lo grande y poderosa que es mi cornamenta ¿cómo es posible que
mis zancas sean tan escuálidas? Parece que se van a romper de un momento a otro
de lo largas y delgadas que son ¡Ay, si pudiera cambiarlas por las gordas y
robustas patas de un león!
Estaba tan fascinado mirando su cuerpo que no se dio cuenta de que un
león le vigilaba escondido entre la maleza hasta que un espantoso rugido
retumbó a sus espaldas. Sin echar la vista atrás, echó a correr hacia la
llanura como alma que lleva el diablo.
Gracias a que dominaba a la perfección la carrera en campo abierto y a
que sus patas eran largas y ágiles, consiguió sacar una gran ventaja al felino.
Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se metió de nuevo en el bosque a toda
velocidad.
¡Qué gran error cometió el cérvido! La que parecía una zona segura se
convirtió en una gran trampa para él ¿Sabes por qué? Pues porque sin darse
cuenta pasó bajo una arboleda muy densa y su enorme cornamenta se quedó
prendida en las ramas más bajas.
Angustiado, comenzó a moverse como un loco para poder desengancharse.
Su intuición le decía que el león no andaba muy lejos y su desesperación fue
yendo en aumento.
– ¡Oh, no puede ser! ¡O consigo soltarme o no tengo salvación!
No se equivocaba en absoluto: por su derecha, el león se aproximaba
sin contemplaciones. Pensó que tenía una única oportunidad y tenía que
aprovecharla.
– ¡Ahora o nunca!
Aspiró profundamente e hizo un movimiento fuerte y seco con la cabeza.
Podía haberse roto el cuello del tirón, pero por suerte, el plan funcionó: las
ramas se partieron y quedó libre. – ¡Lo conseguí! ¡Lo conseguí! ¡Ahora tengo que largarme de este bosque
como sea!
Corrió de nuevo hacia la llanura, donde no había árboles, y esta vez
sí se perdió en la lejanía. Cuando el león salió del bosque y apareció en el
claro, el único rastro que quedaba del ciervo era el polvo blanquecino levantado
durante la huida. El león gruñó y regresó junto a la manada;
Mientras, el ciervo, muy lejos de allí, se sentía muy feliz ¡Se había
salvado por los pelos! Jadeando y muerto de sed, buscó otro manantial de aguas
frescas y lo encontró. Cuando terminó de beber, se quedó mirando su cara y su
cuerpo, pero ahora, después de lo sucedido, su pensamiento era muy diferente.
– ¡Qué equivocado estaba! Me quejaba de mis patas larguiruchas y
flacas pero gracias a ellas pude salvar el pellejo; en cambio, mi preciosa
cornamenta, de la que tan orgulloso me sentía, casi me lleva a la muerte.
Entonces, con humildad, admitió algo que jamás había tenido en cuenta.
– Hoy he aprendido una gran lección: en la vida, muchas veces,
valoramos las cosas menos importantes. A partir de hoy, no me dejaré engañar
por las apariencias.
Moraleja: A veces entregamos nuestro corazón a personas que nos
deslumbran pero que a la hora de la verdad no son tan geniales y nos fallan; al
contrario, sucede que a veces ignoramos a otras que pasan más desapercibidas
pero que son fantásticas y merece la pena conocer.
En la vida hay que evitar caer en la trampa de valorar a las cosas o a
las personas por el aspecto, ya que como has visto en este cuento, las
apariencias pueden engañar.
FIN