LA GATITA Y EL
RUISEÑOR
(Un
cuento clásico del Siglo XXI)
Francisco
José Briz Hidalgo
I
En la casita más linda del barrio de los animales de Minilandia vivía
muy feliz Migarabí, una gatita pequeña, hermosa, olorosa y bella que disfrutaba
con la música y la poesía. Era una de las hijas de Micifuz, el gato que hacía
cumplir la ley gatuna en la villa de Minilandia. Sus vecinos la adoraban porque
siempre estaba contenta y risueña, se portaba muy bien con todo el mundo y
cualquiera que se cruzara con ella recibía una sonrisa o una palabra amable.
Como era muy alegre e inteligente la mayoría de los
animales de aquel pueblo quería casarse con ella. Pero
Migarabí no encontraba nadie que la enamorara. Casi todos los días, llegaba
algún pretendiente hasta la puerta de su casa para pedir su mano y ella a todos
les hacía la misma pregunta:
- ¿Sabes cantar y recitar poesías?
Pero ninguno de sus enamorados podía responder que
sí, porque la mayoría no sabía ni cantar, ni recitar ningún poema, algunos
sabían cantar, pero no sabían recitar y los que sabían recitar, no sabían
cantar.
Pasaron cientos de animales por su casa: Curro, el burro, que lanzó
tal rebuzno que asustó a todo el mundo; Pérez, el oso perezoso, tan grande y
torpe que le rompió dos macetas de geranios; Teodoro, el toro, que aseguraba
haber cantado en un coro, pero que cuando abría la boca sólo emitía horribles
mugidos; un caballo bayo que cuando relinchaba desafinaba; el cuervo Lorenzo
que lanzó tal graznido que asustó a una hormiga amiga que estaba de visita;
Paco, un macaco flaco que lo único que sabía era hacer monerías; el cerdo
Guillermo, que olía tan mal que lo echaron del pueblo y hasta un gato de trapo
llamado Garabato, que no pudo decir nada porque se le habían agotado las pilas
alcalinas.
II
Hasta que un día llegó al pueblo el Señor Ruiz, un guapo ruiseñor de
larga cola y pardo plumaje que embelesó a todos con sus armoniosos trinos y
gorjeos. El
ruiseñor Ruiz había viajado por todo el mundo y había aprendido canciones de
diferentes países y culturas. Conocía las melodías más bonitas y románticas,
las baladas más hermosas y las canciones de amor más apasionadas. También
recitaba de carrerilla muchísimos poemas, modernos y antiguos, alegres y
tristes, largos y cortos, de olores, de colores y hasta de sabores.
En cuanto se conocieron Migarabí y el Señor Ruiz se sintieron atraídos
el uno por el otro y todos los días, sin faltar uno, el ruiseñor iba a casa de
la gatita para cantarle y contarle sus aventuras y sus largos viajes por todo
el mundo. Cantaba
tan bien que los vecinos abrían las ventanas de sus casas de par en par y las
farolas y los árboles de la calle se inclinaban para escucharle mejor. El Señor Ruiz se enamoró locamente de Migarabí, por
eso cuando ella le pidió que le enseñara a cantar, aceptó encantado:
- A cantar, a una linda gatita, yo enseñaba y un beso en cada nota
ella me daba. Y
aprendió tanto que de todo sabía, ¡menos de canto!
Migarabí aprendió mucho de todo y, poco a poco, se fue enamorando de
aquel ruiseñor que le susurraba hermosas palabras de amor:
- Migarabí, flor de alhelí, hazme feliz, ¡quiéreme a mí!
Y siempre estaban juntos porque ya no podían separarse el uno del
otro, y las bellas palabras manaban sin cesar del pico del ruiseñor:
- Migarabí, la más bella flor de mi jardín, linda rosa de pitiminí.
Migarabí nunca se cansaba de escucharle porque todo lo que oía le
sonaba a poesía. Por
eso no permitía que el Señor Ruiz se callara ni un momento y, continuamente, le
hacía preguntas sobre los lejanos lugares que había visitado y las hermosas
cosas que había visto y cuando llegaba la noche le preguntaba por las
estrellas.
- El nombre de las estrellas saber quería y un beso con cada nombre yo
le pedía. ¡Qué
noche aquella en que inventamos los nombres de mil estrellas!
Y ocurrió lo que ocurre siempre que un ruiseñor y una gatita se
enamoran, que se casaron y vivieron felices y comieron perdices y a mi no me
dieron porque no quisieron. Pero sigue atento que aquí no se acaba este cuento,
porque está escrito a fuego lento, con sal y pimiento.
III
Todas las mañanas Migarabí salía a pasear con sus amigas y, mientras
tanto, el Señor ruiseñor subía al tejado para contemplar las lejanas montañas
nevadas y ver pasar las nubes. Le gustaba recordar sus largos viajes e imaginar que,
subido en una de aquellas nubes, viajaba otra vez por todo el mundo.
Pero una triste mañana apareció un águila malvada que atrapó al
ruiseñor en sus garras y se lo llevó volando. Lo único que pudo hacer el valiente
Señor Ruiz fue arrancarle una pluma al águila y dejarla caer en el tejado.
Cuando Migarabí regresó, su esposo el ruiseñor no salió a recibirla
como todos los días y aunque llamaba y llamaba, nadie le contestaba. Buscó por toda la
casa, corrió por el pasillo pintado de amarillo, entró en el cuarto de baño y
en la cocina, subió al desván, salió al tejado y allí encontró la pluma del
águila. Entonces comprendió lo que había ocurrido y se le partió de pena el
corazón, ¡el águila malvada de la Montaña del Cuervo se había llevado a su
Señor Ruiz, con el que era tan feliz!
Migarabí sabía que ya no podría vivir sin su amor, el ruiseñor, así
que, sin decir nada a sus amigos ni a su familia, se colgó su mochila amarilla
a la espalda y, sin volver la vista atrás, se dirigió con paso firme hacia la
montaña dispuesta a rescatarlo.
IV
Mientras caminaba hacia la gran Montaña del Cuervo iba pensando en el
Señor Ruiz y en las cosas que tendría que hacer para salvarlo, aunque ni
siquiera sabía si todavía estaría vivo:
- ¿Se lo habrá comido el águila malvada?. ¿Por qué se lo
habrá llevado?. Mi ruiseñor está muy delgado y es poca comida para un águila
tan grande.
De repente unas voces que provenían de un pozo cercano la despertaron
de sus pensamientos. Al
asomarse descubrió a un conejito blanco, flotando en el fondo del pozo,
pidiendo socorro:
- Por favor, gatita guapa, ¡ayúdame a salir
de aquí!
Migarabí le arrojó una cuerda y cuando el conejito salió del pozo le explicó lo que le había ocurrido:
- Esta mañana cuando intentaba beber agua me he caído en el pozo y
ninguno de los animales que ha pasado ha querido entretenerse a ayudarme porque
tenían mucha prisa. Tú
has sido la única que me ha socorrido. Como premio te voy a regalar estas
sandalias mágicas.
Al poco rato se encontró con un burrito que cojeaba porque se había
clavado un trozo de madera en la pezuña.
- Gatita linda, ¿puedes ayudarme?
Migarabí le arrancó la astilla que le hacía daño y el burrito se puso
tan contento que le regaló una capa mágica que, también, metió en la mochila.
V
Cuando llegó al pie de la montaña no se paró ni un
segundo a descansar, comenzó inmediatamente a subir porque tenía muchas ganas
de encontrar al Señor Ruiz, pero como era una gatita pequeñita y los gatos no
saben escalar montañas llegó un momento en que no pudo avanzar más. Miró hacia
arriba y se dio cuenta que todavía le faltaba muchísimo para llegar a la cima,
donde ella suponía que viviría el águila malvada. Lo único que podía hacer era
retroceder. Entonces se acordó de los regalos y sacó de la mochila las
sandalias y la capa. Aunque le habían dicho que eran objetos mágicos le
parecieron unas sandalias y una capa normales, sin nada especial. Se probó las
sandalias y como por arte de birlibirloque aparecieron unas pequeñas alitas en
las suelas que la levantaron del suelo y le permitieron volar, era como si
estuviese flotando por el aire. Entonces se puso rápidamente la capa para
averiguar si también tenía poderes mágicos y lo que ocurrió fue ¡qué se hizo
invisible!
Con las sandalias mágicas subió volando hasta la cima y desde lo más
alto miró en todas direcciones pero no pudo ver ningún nido de águila, ni nada
que se le pareciera. En aquel momento oyó, a lo lejos, una triste melodía:
- El nido del águila está lleno de sol, en el nido del águila canta un
ruiseñor, ¡ay mi amor!, bajo el olivo en flor.
¡Era la voz del Señor Ruiz!. Su querido ruiseñor
estaba vivo y era como si le estuviera enviando un mensaje de socorro, giró la
cabeza hacia donde venía la música y, debajo de un olivo, vio un gran nido. Se
puso la capa mágica para que el águila malvada no pudiera descubrirla y,
mientras seguía escuchando las canciones del Señor Ruiz, se fue acercando muy
lentamente.
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías, del amor, los
ruiseñores. Este ruiseñor de triste llanto, cantando al amor y a las estrellas,
espera a una gatita bella para regalarle su hermoso canto.
Se acercó lo suficiente y pudo ver al Señor Ruiz atado al nido con una
cadena, cumpliendo condena, pidiendo la cena, con cara de pena. Ahora lo
comprendió todo, el águila malvada había raptado al ruiseñor porque quería
aprender a cantar hermosas melodías.
Migarabí no perdió la paciencia y esperó durante mucho rato a que se
durmiera el águila. Cuando se hizo de noche el cielo se sembró de bellas
estrellas y ella se sintió mejor después de saludar a sus brillantes amigas. A
todas las conocía por su nombre porque se lo había enseñado el Señor Ruiz. Les
pidió fuerzas y suerte para salvar a su amor, el ruiseñor.
Entonces muy despacito, sin hacer ruido y sin quitarse la capa mágica,
se fue acercando al nido. Cuando llegó, después de comprobar que el águila
estaba completamente dormida, cortó la cadena que sujetaba al Señor Ruiz, lo
abrazó y lo tapó con la capa para hacerlo también invisible. Lenta y
silenciosamente se alejaron del nido y hasta que no estuvieron bien lejos no se
atrevieron a hablar para no despertar al águila malvada.
y VI
El Señor Ruiz le contó que el águila lo había raptado porque quería
aprender las bonitas canciones y melodías que él conocía, por eso le obligaba a
cantar, sin descanso, durante todo el día, desde el amanecer hasta la puesta de
sol. Pero
el águila malvada fue incapaz de aprender nada porque para poder cantar cosas
hermosas se necesita un alma grande y generosa como la del Señor Ruiz.
Desde entonces el Señor Ruiz sólo canta a Migarabí y a nadie más y ya
nunca sube al tejado, mira pasar las nubes a través de los cristales, con las
ventanas bien cerradas. La
gatita y el ruiseñor vivieron un tierno amor eterno, porque duró para siempre y
cuando alguien dice para siempre, quiere decir para toda la vida.
Y después de muchos años de vivir juntos, felices y contentos, una
romántica noche de luna llena, abrazados en el balcón de su casa, contemplando
una estrella con perfil de margarita, sintieron la llamada de las estrellas:
- Las abejas sacan miel de las flores y melodías del amor los
ruiseñores. Cantando
al amor y a las flores bellas, con tu voz ¡llegarás a las estrellas!
Lentamente, sin que se dieran cuenta, les fue envolviendo
un polvo cósmico que les hizo sentirse brillantes y ligeros y, mientras sus
cuerpos cambiaban, ellos se miraban y se hablaban sin palabras, porque
comprendían lo que les estaba ocurriendo y, de repente, se encendió la luz de
sus almas y se transformaron en estrellas. Desde entonces viven felices en el
cielo y nos saludan todas las noches.
Y aquí se acaba este cuento, como me lo contaron te lo cuento.