segunda-feira, 27 de abril de 2020

HANS CHRISTIAN ANDERSEN - EL CUELLO DE CAMISA


EL CUELLO DE CAMISA
UN CUENTO DE HANS CHRISTIAN ANDERSEN

Ropa: Camisas cuello quita y pon
Érase una vez un caballero muy elegante, que por todo equipaje poseía un calzador y un peine; pero tenía un cuello de camisa que era el más notable del mundo entero; y la historia de este cuello es la que vamos a relatar. El cuello tenía ya la edad suficiente para pensar en casarse, y he aquí que en el cesto de la ropa coincidió con una liga.
Dijo el cuello: "Jamás vi a nadie tan esbelto, distinguido y lindo. ¿Me permite que le pregunte su nombre?"
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"¡No se lo diré!" respondió la liga.
"¿Dónde vive, pues?" insistió el cuello.
Pero la liga era muy tímida, y pensó que la pregunta era algo extraña y que no debía contestarla.
"¿Es usted un cinturón, verdad?" dijo el cuello, "¿una especie de cinturón interior? Bien veo, mi simpática señorita, que es una prenda tanto de utilidad como de adorno."
"¡Haga el favor de no dirigirme la palabra!" dijo la liga. "No creo que le haya dado pie para hacerlo."
"Sí, me lo ha dado. Cuando se es tan bonita," replicó el cuello, "no hace falta más motivo."
"¡No se acerque tanto!" exclamó la liga. "¡Parece usted tan varonil!"
"Soy también un caballero fino," dijo el cuello, "tengo un calzador y un peine." Lo cual no era verdad, pues quien los tenía era su dueño; pero le gustaba vanagloriarse.
"¡No se acerque tanto!" repitió la liga. "No estoy acostumbrada."
"¡Qué remilgada!" dijo el cuello con tono burlón, pero en éstas los sacaron del cesto, los almidonaron y, después de haberlos colgado al sol sobre el respaldo de una silla, fueron colocados en la tabla de planchar; y llegó la plancha caliente.
"¡Mi querida señora," exclamaba el cuello, "mi querida señora! ¡Qué calor siento! ¡Si no soy yo mismo! ¡Si cambio totalmente de forma! ¡Me va a quemar; va a hacerme un agujero! ¡Huy! ¿Quiere casarse conmigo?"
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"¡Harapo!" replicó la plancha, corriendo orgullosamente por encima del cuello; se imaginaba ser una caldera de vapor, una locomotora que arrastraba los vagones de un tren.
"¡Harapo!" repitió.
El cuello quedó un poco deshilachado de los bordes; por eso acudió la tijera a cortar los hilos.
"¡Oh!" exclamó el cuello, "usted debe de ser primera bailarina, ¿verdad? ¡Cómo sabe estirar las piernas! Es lo más encantador que he visto. Nadie sería capaz de imitarla."
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"Ya lo sé," respondió la tijera.
"¡Merecería ser condesa!" dijo el cuello. "Todo lo que poseo es un señor distinguido, un calzador y un peine. ¡Si tuviese también un condado!"
"¿Se me está declarando, el asqueroso?" exclamó la tijera, y, enfadada, le propinó un corte que lo dejó inservible.
"Al fin tendré que solicitar la mano del peine. ¡Es admirable cómo conserva usted todos los dientes, mi querida señorita!" dijo el cuello. "¿No ha pensado nunca en casarse?"
"¡Claro, ya puede figurárselo!" contestó el peine. "Seguramente habrá oído que estoy prometida con el calzador." 
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"¡Prometida!" suspiró el cuello; y como no había nadie más a quien declararse, se las dio en decir mal del matrimonio.
Pasó mucho tiempo, y el cuello fue a parar al almacén de un fabricante de papel. Había allí una nutrida compañía de harapos; los finos iban por su lado, los toscos por el suyo, como exige la corrección. Todos tenían muchas cosas que explicar, pero el cuello los superaba a todos, pues era un gran fanfarrón.
"¡La de novias que he tenido!" decía. "No me dejaban un momento de reposo. Andaba yo hecho un petimetre en aquellos tiempos, siempre muy tieso y almidonado. Tenía además un calzador y un peine, que jamás utilicé. Tenían que haberme visto entonces, cuando me acicalaba para una fiesta. Nunca me olvidaré de mi primera novia; fue una cinturilla, delicada, elegante y muy linda; por mí se tiró a una bañera. Luego hubo una plancha que ardía por mi persona; pero no le hice caso y se volvió negra. Tuve también relaciones con una primera bailarina; ella me produjo la herida, cuya cicatriz conservo; ¡era terriblemente celosa! Mi propio peine se enamoró de mí; perdió todos los dientes de mal de amores. ¡Uf!, ¡la de aventuras que he corrido! Pero lo que más me duele es la liga, digo, la cinturilla, que se tiró a la bañera. ¡Cuántos pecados llevo sobre la conciencia! ¡Ya es tiempo de que me convierta en papel blanco!"
Y fue convertido en papel blanco, con todos los demás trapos; y el cuello es precisamente la hoja que aquí vemos, en la cual se imprimió su historia. Y le está bien empleado, por haberse jactado de cosas que no eran verdad. Tengámoslo en cuenta, para no comportarnos como él, pues en verdad no podemos saber si también nosotros iremos a dar algún día al saco de los trapos viejos y seremos convertidos en papel, y toda nuestra historia, aún lo más íntimo y secreto de ella, será impresa, y andaremos por esos mundos teniendo que contarla.
FIN

segunda-feira, 6 de abril de 2020

LA GRANJA DE ZENÓN - 2 - CABALLO VERDE

LA GRANJA DE ZENÓN-2
Canciones infantiles para bailar y jugar con niños
Caballo verde

Yo tengo un caballo verde que hace piruetas,
se sabe lavar los dientes va en bicicleta,
tiene un callo en la barriga de estar echado,
y cuando lo llevo al rio se mete en el agua y sale colorado,
y cuando lo llevo al rio se mete en el agua y sale colorado. Yo le enseñé a hablar, sabe decir mamá,
y es tan inteligente que hasta usa gafas para estudiar,
y es tan inteligente que hasta usa gafas para estudiar.

Su novia es una rubia muy coquetona,
se pinta los labios rojos y es percherona
y cuando lo ve al caballo le dice así:
'me dan ganas de comerte porque te pareces mucho al perejil,
me dan ganas de comerte porque te pareces mucho al perejil'.

Yo le enseñé a hablar, sabe decir mamá,
y es tan inteligente que hasta usa gafas para estudiar,
y es tan inteligente que hasta usa gafas para estudiar ,
y es tan inteligente que hasta usa gafas para estudiar.

domingo, 5 de abril de 2020

CÉSAR MANUEL CUERVO - ANA Y EL CABALLITO VERDE

Ana y el Caballito Verde
CÉSAR MANUEL CUERVO
imagenes de gacha life chicas con pelo corto - Buscar con Google ...Caballo verde del fuego. ilustración del vector. Ilustración de ...
Érase una vez una hermosa niña de nombre Ana, cuya casita se encontraba en lo más profundo del bosque junto a un río de aguas tan cristalinas como sus ojos. A la salida del Sol, Ana pasaba las horas a la orilla del río peinando sus largos y dorados cabellos. Cuando caía la tarde y asomaban las primeras estrellas, se acotejaba junto a la chimenea hasta quedar suspendida en un profundo sueño.
casa en el bosque | Tumblr
Cierto día junto al río, apareció de repente un caballito verde, tan pequeño como la palma de una mano y tan reluciente como la yerba de la mañana envuelta en el rocío.
– ¡Qué caballito tan hermoso! – exclamó Ana mientras lo acunaba en su regazo.
– Te daré mi amistad – dijo el caballito sin pensarlo dos veces – Vamos a jugar.
Caballo Verde - Canciones de la Granja 2 - video dailymotion
Y comenzaron a corretear por todo el bosque hasta la caída de la noche. Al día siguiente, se volvieron a encontrar junto al río. Pero Ana encontró al animalito verde suspirando con la cabeza baja.
– ¿Por qué estás tan triste, caballito? – preguntó la niña acariciando su verde crin.
– Amiga mía, a pesar de ser tan pequeño, soy un animal muy veloz. Pero, ¿De qué me sirve tal virtud si no puedo ayudar a mis amigos?
– ¿Cómo puedo ayudarte? Haré lo que me pidas – exclamó Ana.
Un caballo verde - YouTube
– Hazme una cabalgadura con tus manos hábiles. Así podré llevar a tiempo al conejo a sus clases de violín, rescataré al bebé sinsonte cuando se aleje de su madre, y hasta podré ayudar al ciempiés cuando pierda sus zapatos.
Antes de que terminase de hablar, Ana casi había terminado de prepararle un cascarón de nuez rematado con hebras de su pelo dorado. Una vez atado en su lomo pequeño, el caballito le devolvió una sonrisa maravillosa y echó a correr hasta perderse en el bosque. A la tarde siguiente, Ana faltó al encuentro de su amigo. Y el animalito la buscó por toda la vereda del río hasta oír un sollozo que provenía de lo lejos.
Al acercarse, descubrió a la pobre muchacha tendida en el suelo con el rostro cubierto en lágrimas.
– Ana ¿Por qué lloras niña bella? – preguntó el caballito acurrucándose en sus brazos.
– He perdido mis hebillas, sólo me queda una y no puedo recogerme el pelo. Y de nada sirve que lo peine y lo cuide si en las noches se me quema con el fuego de la chimenea.
– Te ayudaré – aseguró el caballito – Escucha con atención lo que debes hacer: hoy en la tarde siembra tu última hebilla en el suelo cerca del río y a la mañana siguiente encontrarás una sorpresa.
Antes de que terminase de hablar, Ana casi había terminado de prepararle un cascarón de nuez rematado con hebras de su pelo dorado. Una vez atado en su lomo pequeño, el caballito le devolvió una sonrisa maravillosa y echó a correr hasta perderse en el bosque. A la tarde siguiente, Ana faltó al encuentro de su amigo. Y el animalito la buscó por toda la vereda del río hasta oír un sollozo que provenía de lo lejos.
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Al acercarse, descubrió a la pobre muchacha tendida en el suelo con el rostro cubierto en lágrimas.
– Ana ¿Por qué lloras niña bella? – preguntó el caballito acurrucándose en sus brazos.
– He perdido mis hebillas, sólo me queda una y no puedo recogerme el pelo. Y de nada sirve que lo peine y lo cuide si en las noches se me quema con el fuego de la chimenea.
– Te ayudaré – aseguró el caballito – Escucha con atención lo que debes hacer: hoy en la tarde siembra tu última hebilla en el suelo cerca del río y a la mañana siguiente encontrarás una sorpresa.
Así lo hizo la pequeña muchacha y se marchó a dormir. Con el despuntar del Sol, regresó hacia el lugar donde había enterrado la hebilla, y allí encontró para su sorpresa un arbusto frondoso que relucía a los pies del río. De sus ramas brotaban como frutos muchas hebillas relucientes de varios colores. Entonces Ana cubrió su pelo con las hebillas y al verse tan hermosa en el reflejo del agua no pudo contener su emoción y salió en busca del caballito para darle gracias. Como no lo encontró por los alrededores, decidió ir más allá del bosque conocido, y tanto caminó hasta que se extravió, y cuando sus pies comenzaban a abandonar sus fuerzas encontró un castillo majestuoso de puertas alargadas hasta el cielo.
Al adentrarse en su interior, descubrió un espantoso gigante que dormitaba tendido en el centro de una espaciosa sala. Mas cuando Ana se disponía a marcharse alcanzó a oír la voz de su querido amigo, el caballito verde, que chillaba desde lo profundo de la barriga del gigante pidiendo socorro.
– ¿Cómo has llegado a la barriga de este gigante, caballito? – susurró Ana lo más bajo posible.
El verano de la comadreja | Viajes
– ¡Ay amiga! Una comadreja me devoró cuando me disponía a ir a tu encuentro. Luego la zorra, se tragó a la comadreja. Más tarde, el señor león se embuchó a la zorra, y al rato, apareció este gigante y se almorzó al león de un solo bocado. Y aquí estoy atrapado sin saber cómo salir.
– Descuida. Yo te ayudaré.
Y así lo hizo la valiente niña. Luego de registrar el palacio en busca de algo que pudiera servirle de ayuda, solo pudo encontrar un jabón y unas ciruelas mágicas que le permitían encogerse de tamaño. Entonces se encaramó con cuidado en la boca del gigante y se tragó las ciruelas. Y cuando estaba lo suficientemente pequeña, se adentró en su garganta, y luego la del león, pasando por la de la zorra hasta encontrarse finalmente en el estómago de la comadreja con su amigo el caballito verde que se emocionó mucho al verla y exclamó:
– Qué bueno que has venido en mi auxilio. Nunca olvidaré una amiga como tú.
En ese momento, restregó el jabón en sus manitas tantas veces hasta hacer muchas pompas de jabón. Y sólo cuando logró hacer una lo suficientemente grande en la que entraran ella y el caballito, comenzaron a ascender por el pescuezo de la comadreja hasta la superficie. Pero los amigos se apiadaron de los animales atrapados en las fauces del gigante, así que agarraron a la comadreja por la cola, y ésta sostuvo al zorro, que aferró sus patas a la melena del león. Así flotaron fuera del castillo hasta encontrarse completamente a salvo.
Al llegar a su casa, Ana se despidió cordialmente del caballito, y prometieron volver a verse a la mañana siguiente junto al río. Sin embargo, la pequeña no volvió a aparecer en los días venideros. Preocupado el caballito, recorrió los caminos de principio a fin, y jamás la encontró. Cansado de gritar su nombre a los cuatro vientos, y cuando había cabalgado algún tiempo ya, encontró la casita de la niña en lo profundo del bosque, y dentro, en una cama, el cuerpecito rendido de la niña. Había llorado tanto, que sus ojos ya no tenían brillo, y apenas podía sostener la mirada.
– Querida ¿Qué te ha pasado?
– Tengo una terrible enfermedad, amigo mío – pronunció la niña con sus labios grises y mustios – Hay un viejo gnomo del otro lado del río que tiene la cura para mi dolor. Pero yo apenas puedo sostener mis párpados ¿Cómo podré llegar hasta él entonces?
– Yo te llevaré sobre mi lomo – exclamó el caballito
– Eres muy chico, amigo mío. Jamás podrías.
Y no más terminó de hablar, Ana quedó atrapada en un sueño moribundo. El caballito, afligido por su amiga, se recostó junto a su pecho. En verdad era un animal pequeño, y por más que lo quisiera, no podría llevar a la pequeña junto al gnomo para curarla. Entonces, se apiadó tanto que comenzó a beberse las lágrimas de la niña. Y he aquí que al cabo de unos minutos, sintió un estruendo en todo su cuerpo, y notó de repente que ya no cabía en la cama junto a la niña. Y más tarde, trató de enderezarse pero el techo de la casita le chocaba con la cabeza. ¡El caballito había crecido increíblemente! Así que, sin perder tiempo, subió a la moribunda Ana sobre su lomo y se desprendió a cruzar el río en busca del viejo gnomo. Afortunadamente, no fue demasiado tarde. Ana logró recuperarse con el tiempo gracias a su fiel compañero, y desde entonces, jamás se abandonaron.
El Caballo Verde…. Una metáfora para entender para qué sirve la ...