quinta-feira, 25 de junho de 2020

EDGAR ALAN POE - EL GATO NEGRO

El gato negro
[Cuento - Texto completo.]
EDGAR ALLAN POE
THE BLACK CAT”, THE SATURDAY EVENING POST, ESTADOS UNIDOS, 1843
Everyone will tell you about that time they stopped eating meat ...

No espero ni pido que alguien crea en el extraño, aunque simple relato que me dispongo a escribir. Loco estaría si lo esperara, cuando mis sentidos rechazan su propia evidencia. Pero no estoy loco y sé muy bien que esto no es un sueño. Mañana voy a morir y quisiera aliviar hoy mi alma. Mi propósito inmediato consiste en poner de manifiesto, simple, sucintamente y sin comentarios, una serie de episodios domésticos. Las consecuencias de esos episodios me han aterrorizado, me han torturado y, por fin, me han destruido. Pero no intentaré explicarlos. Si para mí han sido horribles, para otros resultarán menos espantosos que barrocos. Más adelante, tal vez, aparecerá alguien cuya inteligencia reduzca mis fantasmas a lugares comunes; una inteligencia más serena, más lógica y mucho menos excitable que la mía, capaz de ver en las circunstancias que temerosamente describiré, una vulgar sucesión de causas y efectos naturales.
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Desde la infancia me destaqué por la docilidad y bondad de mi carácter. La ternura que abrigaba mi corazón era tan grande que llegaba a convertirme en objeto de burla para mis compañeros. Me gustaban especialmente los animales, y mis padres me permitían tener una gran variedad. Pasaba a su lado la mayor parte del tiempo, y jamás me sentía más feliz que cuando les daba de comer y los acariciaba. Este rasgo de mi carácter creció conmigo y, cuando llegué a la virilidad, se convirtió en una de mis principales fuentes de placer. Aquellos que alguna vez han experimentado cariño hacia un perro fiel y sagaz no necesitan que me moleste en explicarles la naturaleza o la intensidad de la retribución que recibía. Hay algo en el generoso y abnegado amor de un animal que llega directamente al corazón de aquel que con frecuencia ha probado la falsa amistad y la frágil fidelidad del hombre.
Me casé joven y tuve la alegría de que mi esposa compartiera mis preferencias. Al observar mi gusto por los animales domésticos, no perdía oportunidad de procurarme los más agradables de entre ellos. Teníamos pájaros, peces de colores, un hermoso perro, conejos, un monito y un gato.
Este último era un animal de notable tamaño y hermosura, completamente negro y de una sagacidad asombrosa. Al referirse a su inteligencia, mi mujer, que en el fondo era no poco supersticiosa, aludía con frecuencia a la antigua creencia popular de que todos los gatos negros son brujas metamorfoseadas. No quiero decir que lo creyera seriamente, y sólo menciono la cosa porque acabo de recordarla.
Plutón -tal era el nombre del gato- se había convertido en mi favorito y mi camarada. Sólo yo le daba de comer y él me seguía por todas partes en casa. Me costaba mucho impedir que anduviera tras de mí en la calle.Sobre Nós – Mokoi Pet Products
Nuestra amistad duró así varios años, en el curso de los cuales (enrojezco al confesarlo) mi temperamento y mi carácter se alteraron radicalmente por culpa del demonio. Intemperancia. Día a día me fui volviendo más melancólico, irritable e indiferente hacia los sentimientos ajenos. Llegué, incluso, a hablar descomedidamente a mi mujer y terminé por infligirle violencias personales. Mis favoritos, claro está, sintieron igualmente el cambio de mi carácter. No sólo los descuidaba, sino que llegué a hacerles daño. Hacia Plutón, sin embargo, conservé suficiente consideración como para abstenerme de maltratarlo, cosa que hacía con los conejos, el mono y hasta el perro cuando, por casualidad o movidos por el afecto, se cruzaban en mi camino. Mi enfermedad, empero, se agravaba -pues, ¿qué enfermedad es comparable al alcohol? -, y finalmente el mismo Plutón, que ya estaba viejo y, por tanto, algo enojadizo, empezó a sufrir las consecuencias de mi mal humor.
Una noche en que volvía a casa completamente embriagado, después de una de mis correrías por la ciudad, me pareció que el gato evitaba mi presencia. Lo alcé en brazos, pero, asustado por mi violencia, me mordió ligeramente en la mano. Al punto se apoderó de mí una furia demoníaca y ya no supe lo que hacía. Fue como si la raíz de mi alma se separara de golpe de mi cuerpo; una maldad más que diabólica, alimentada por la ginebra, estremeció cada fibra de mi ser. Sacando del bolsillo del chaleco un cortaplumas, lo abrí mientras sujetaba al pobre animal por el pescuezo y, deliberadamente, le hice saltar un ojo. Enrojezco, me abraso, tiemblo mientras escribo tan condenable atrocidad.→ 18 Raças de gato preto | Tudo sobre gatos pretos
Cuando la razón retornó con la mañana, cuando hube disipado en el sueño los vapores de la orgía nocturna, sentí que el horror se mezclaba con el remordimiento ante el crimen cometido; pero mi sentimiento era débil y ambiguo, no alcanzaba a interesar al alma. Una vez más me hundí en los excesos y muy pronto ahogué en vino los recuerdos de lo sucedido.
El gato, entretanto, mejoraba poco a poco. Cierto que la órbita donde faltaba el ojo presentaba un horrible aspecto, pero el animal no parecía sufrir ya. Se paseaba, como de costumbre, por la casa, aunque, como es de imaginar, huía aterrorizado al verme. Me quedaba aún bastante de mi antigua manera de ser para sentirme agraviado por la evidente antipatía de un animal que alguna vez me había querido tanto. Pero ese sentimiento no tardó en ceder paso a la irritación. Y entonces, para mi caída final e irrevocable, se presentó el espíritu de la perversidad. La filosofía no tiene en cuenta a este espíritu; y, sin embargo, tan seguro estoy de que mi alma existe como de que la perversidad es uno de los impulsos primordiales del corazón humano, una de las facultades primarias indivisibles, uno de esos sentimientos que dirigen el carácter del hombre. ¿Quién no se ha sorprendido a sí mismo cien veces en momentos en que cometía una acción tonta o malvada por la simple razón de que no debía cometerla? ¿No hay en nosotros una tendencia permanente, que enfrenta descaradamente al buen sentido, una tendencia a transgredir lo que constituye la Ley por el solo hecho de serlo? Este espíritu de perversidad se presentó, como he dicho, en mi caída final. Y el insondable anhelo que tenía mi alma de vejarse a sí misma, de violentar su propia naturaleza, de hacer mal por el mal mismo, me incitó a continuar y, finalmente, a consumar el suplicio que había infligido a la inocente bestia. Una mañana, obrando a sangre fría, le pasé un lazo por el pescuezo y lo ahorqué en la rama de un árbol; lo ahorqué mientras las lágrimas manaban de mis ojos y el más amargo remordimiento me apretaba el corazón; lo ahorqué porque recordaba que me había querido y porque estaba seguro de que no me había dado motivo para matarlo; lo ahorqué porque sabía que, al hacerlo, cometía un pecado, un pecado mortal que comprometería mi alma hasta llevarla -si ello fuera posible- más allá del alcance de la infinita misericordia del Dios más misericordioso y más terrible.Cemitério Maldito - Reveladas primeiras imagens do remake do ...
La noche de aquel mismo día en que cometí tan cruel acción me despertaron gritos de: “¡Incendio!” Las cortinas de mi cama eran una llama viva y toda la casa estaba ardiendo. Con gran dificultad pudimos escapar de la conflagración mi mujer, un sirviente y yo. Todo quedó destruido. Mis bienes terrenales se perdieron y desde ese momento tuve que resignarme a la desesperanza.
No incurriré en la debilidad de establecer una relación de causa y efecto entre el desastre y mi criminal acción. Pero estoy detallando una cadena de hechos y no quiero dejar ningún eslabón incompleto. Al día siguiente del incendio acudí a visitar las ruinas. Salvo una, las paredes se habían desplomado. La que quedaba en pie era un tabique divisorio de poco espesor, situado en el centro de la casa, y contra el cual se apoyaba antes la cabecera de mi lecho. El enlucido había quedado a salvo de la acción del fuego, cosa que atribuí a su reciente aplicación. Una densa muchedumbre habíase reunido frente a la pared y varias personas parecían examinar parte de la misma con gran atención y detalle. Las palabras “¡extraño!, ¡curioso!” y otras similares excitaron mi curiosidad. Al aproximarme vi que, en la blanca superficie, grabada como un bajorrelieve, aparecía la imagen de un gigantesco gato. El contorno tenía una nitidez verdaderamente maravillosa. Había una soga alrededor del pescuezo del animal.
Al descubrir esta aparición -ya que no podía considerarla otra cosa- me sentí dominado por el asombro y el terror. Pero la reflexión vino luego en mi ayuda. Recordé que había ahorcado al gato en un jardín contiguo a la casa. Al producirse la alarma del incendio, la multitud había invadido inmediatamente el jardín: alguien debió de cortar la soga y tirar al gato en mi habitación por la ventana abierta. Sin duda, habían tratado de despertarme en esa forma. Probablemente la caída de las paredes comprimió a la víctima de mi crueldad contra el enlucido recién aplicado, cuya cal, junto con la acción de las llamas y el amoniaco del cadáver, produjo la imagen que acababa de ver.Gato preto que joga com bola de lã | Vetor Grátis    
    Si bien en esta forma quedó satisfecha mi razón, ya que no mi conciencia, sobre el extraño episodio, lo ocurrido impresionó profundamente mi imaginación. Durante muchos meses no pude librarme del fantasma del gato, y en todo ese tiempo dominó mi espíritu un sentimiento informe que se parecía, sin serlo, al remordimiento. Llegué al punto de lamentar la pérdida del animal y buscar, en los viles antros que habitualmente frecuentaba, algún otro de la misma especie y apariencia que pudiera ocupar su lugar.
Una noche en que, borracho a medias, me hallaba en una taberna más que infame, reclamó mi atención algo negro posado sobre uno de los enormes toneles de ginebra que constituían el principal moblaje del lugar. Durante algunos minutos había estado mirando dicho tonel y me sorprendió no haber advertido antes la presencia de la mancha negra en lo alto. Me aproximé y la toqué con la mano. Era un gato negro muy grande, tan grande como Plutón y absolutamente igual a éste, salvo un detalle. Plutón no tenía el menor pelo blanco en el cuerpo, mientras este gato mostraba una vasta, aunque indefinida mancha blanca que le cubría casi todo el pecho.
Al sentirse acariciado se enderezó prontamente, ronroneando con fuerza, se frotó contra mi mano y pareció encantado de mis atenciones. Acababa, pues, de encontrar el animal que precisamente andaba buscando. De inmediato, propuse su compra al tabernero, pero me contestó que el animal no era suyo y que jamás lo había visto antes ni sabía nada de él.O que fazer se um gato nos morder?. GatosMania.com
Continué acariciando al gato y, cuando me disponía a volver a casa, el animal pareció dispuesto a acompañarme. Le permití que lo hiciera, deteniéndome una y otra vez para inclinarme y acariciarlo. Cuando estuvo en casa, se acostumbró a ella de inmediato y se convirtió en el gran favorito de mi mujer.
Por mi parte, pronto sentí nacer en mí una antipatía hacia aquel animal. Era exactamente lo contrario de lo que había anticipado, pero -sin que pueda decir cómo ni por qué- su marcado cariño por mí me disgustaba y me fatigaba. Gradualmente, el sentimiento de disgusto y fatiga creció hasta alcanzar la amargura del odio. Evitaba encontrarme con el animal; un resto de vergüenza y el recuerdo de mi crueldad de antaño me vedaban maltratarlo. Durante algunas semanas me abstuve de pegarle o de hacerlo víctima de cualquier violencia; pero gradualmente -muy gradualmente- llegué a mirarlo con inexpresable odio y a huir en silencio de su detestable presencia, como si fuera una emanación de la peste.
Lo que, sin duda, contribuyó a aumentar mi odio fue descubrir, a la mañana siguiente de haberlo traído a casa, que aquel gato, igual que Plutón, era tuerto. Esta circunstancia fue precisamente la que lo hizo más grato a mi mujer, quien, como ya dije, poseía en alto grado esos sentimientos humanitarios que alguna vez habían sido mi rasgo distintivo y la fuente de mis placeres más simples y más puros.o gATO nEGRO (tHE bLACK cAT)*
El cariño del gato por mí parecía aumentar en el mismo grado que mi aversión. Seguía mis pasos con una pertinencia que me costaría hacer entender al lector. Dondequiera que me sentara venía a ovillarse bajo mi silla o saltaba a mis rodillas, prodigándome sus odiosas caricias. Si echaba a caminar, se metía entre mis pies, amenazando con hacerme caer, o bien clavaba sus largas y afiladas uñas en mis ropas, para poder trepar hasta mi pecho. En esos momentos, aunque ansiaba aniquilarlo de un solo golpe, me sentía paralizado por el recuerdo de mi primer crimen, pero sobre todo -quiero confesarlo ahora mismo- por un espantoso temor al animal.
Aquel temor no era precisamente miedo de un mal físico y, sin embargo, me sería imposible definirlo de otra manera. Me siento casi avergonzado de reconocer, sí, aún en esta celda de criminales me siento casi avergonzado de reconocer que el terror, el espanto que aquel animal me inspiraba, era intensificado por una de las más insensatas quimeras que sería dado concebir. Más de una vez mi mujer me había llamado la atención sobre la forma de la mancha blanca de la cual ya he hablado, y que constituía la única diferencia entre el extraño animal y el que yo había matado. El lector recordará que esta mancha, aunque grande, me había parecido al principio de forma indefinida; pero gradualmente, de manera tan imperceptible que mi razón luchó durante largo tiempo por rechazarla como fantástica, la mancha fue asumiendo un contorno de rigurosa precisión. Representaba ahora algo que me estremezco al nombrar, y por ello odiaba, temía y hubiera querido librarme del monstruo si hubiese sido capaz de atreverme; representaba, digo, la imagen de una cosa atroz, siniestra…, ¡la imagen del patíbulo! ¡Oh lúgubre y terrible máquina del horror y del crimen, de la agonía y de la muerte!
Me sentí entonces más miserable que todas las miserias humanas. ¡Pensar que una bestia, cuyo semejante había yo destruido desdeñosamente, una bestia era capaz de producir tan insoportable angustia en un hombre creado a imagen y semejanza de Dios! ¡Ay, ni de día ni de noche pude ya gozar de la bendición del reposo! De día, aquella criatura no me dejaba un instante solo; de noche, despertaba hora a hora de los más horrorosos sueños, para sentir el ardiente aliento de la cosa en mi rostro y su terrible peso -pesadilla encarnada de la que no me era posible desprenderme- apoyado eternamente sobre mi corazón.Gato Preto Bonito Comer Tigela Metal Casa — Vídeo de Stock ...
Bajo el agobio de tormentos semejantes, sucumbió en mí lo poco que me quedaba de bueno. Sólo los malos pensamientos disfrutaban ya de mi intimidad; los más tenebrosos, los más perversos pensamientos. La melancolía habitual de mi humor creció hasta convertirse en aborrecimiento de todo lo que me rodeaba y de la entera humanidad; y mi pobre mujer, que de nada se quejaba, llegó a ser la habitual y paciente víctima de los repentinos y frecuentes arrebatos de ciega cólera a que me abandonaba.
Cierto día, para cumplir una tarea doméstica, me acompañó al sótano de la vieja casa donde nuestra pobreza nos obligaba a vivir. El gato me siguió mientras bajaba la empinada escalera y estuvo a punto de tirarme cabeza abajo, lo cual me exasperó hasta la locura. Alzando un hacha y olvidando en mi rabia los pueriles temores que hasta entonces habían detenido mi mano, descargué un golpe que hubiera matado instantáneamente al animal de haberlo alcanzado. Pero la mano de mi mujer detuvo su trayectoria. Entonces, llevado por su intervención a una rabia más que demoníaca, me zafé de su abrazo y le hundí el hacha en la cabeza. Sin un solo quejido, cayó muerta a mis pies.
Cumplido este espantoso asesinato, me entregué al punto y con toda sangre fría a la tarea de ocultar el cadáver. Sabía que era imposible sacarlo de casa, tanto de día como de noche, sin correr el riesgo de que algún vecino me observara. Diversos proyectos cruzaron mi mente. Por un momento pensé en descuartizar el cuerpo y quemar los pedazos. Luego se me ocurrió cavar una tumba en el piso del sótano. Pensé también si no convenía arrojar el cuerpo al pozo del patio o meterlo en un cajón, como si se tratara de una mercadería común, y llamar a un mozo de cordel para que lo retirara de casa. Pero, al fin, di con lo que me pareció el mejor expediente y decidí emparedar el cadáver en el sótano, tal como se dice que los monjes de la Edad Media emparedaban a sus víctimas.Sonhar com Gato - Morto, Filhote, Gato Branco, Preto ...
El sótano se adaptaba bien a este propósito. Sus muros eran de material poco resistente y estaban recién revocados con un mortero ordinario, que la humedad de la atmósfera no había dejado endurecer. Además, en una de las paredes se veía la saliencia de una falsa chimenea, la cual había sido rellenada y tratada de manera semejante al resto del sótano. Sin lugar a duda, sería muy fácil sacar los ladrillos en esa parte, introducir el cadáver y tapar el agujero como antes, de manera que ninguna mirada pudiese descubrir algo sospechoso.
No me equivocaba en mis cálculos. Fácilmente saqué los ladrillos con ayuda de una palanca y, luego de colocar cuidadosamente el cuerpo contra la pared interna, lo mantuve en esa posición mientras aplicaba de nuevo la mampostería en su forma original. Después de procurarme argamasa, arena y cerda, preparé un enlucido que no se distinguía del anterior y revoqué cuidadosamente el nuevo enladrillado. Concluida la tarea, me sentí seguro de que todo estaba bien. La pared no mostraba la menor señal de haber sido tocada. Había barrido hasta el menor fragmento de material suelto. Miré en torno, triunfante, y me dije: “Aquí, por lo menos, no he trabajado en vano”.
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Mi paso siguiente consistió en buscar a la bestia causante de tanta desgracia, pues al final me había decidido a matarla. Si en aquel momento el gato hubiera surgido ante mí, su destino habría quedado sellado, pero, por lo visto, el astuto animal, alarmado por la violencia de mi primer acceso de cólera, se cuidaba de aparecer mientras no cambiara mi humor. Imposible describir o imaginar el profundo, el maravilloso alivio que la ausencia de la detestada criatura trajo a mi pecho. No se presentó aquella noche, y así, por primera vez desde su llegada a la casa, pude dormir profunda y tranquilamente; sí, pude dormir, aun con el peso del crimen sobre mi alma.
Pasaron el segundo y el tercer día y mi atormentador no volvía. Una vez más respiré como un hombre libre. ¡Aterrado, el monstruo había huido de casa para siempre! ¡Ya no volvería a contemplarlo! Gozaba de una suprema felicidad, y la culpa de mi negra acción me preocupaba muy poco. Se practicaron algunas averiguaciones, a las que no me costó mucho responder. Incluso hubo una perquisición en la casa; pero, naturalmente, no se descubrió nada. Mi tranquilidad futura me parecía asegurada.Gato preto no escuro | Vetor Premium
Al cuarto día del asesinato, un grupo de policías se presentó inesperadamente y procedió a una nueva y rigurosa inspección. Convencido de que mi escondrijo era impenetrable, no sentí la más leve inquietud. Los oficiales me pidieron que los acompañara en su examen. No dejaron hueco ni rincón sin revisar. Al final, por tercera o cuarta vez, bajaron al sótano. Los seguí sin que me temblara un solo músculo. Mi corazón latía tranquilamente, como el de aquel que duerme en la inocencia. Me paseé de un lado al otro del sótano. Había cruzado los brazos sobre el pecho y andaba tranquilamente de aquí para allá. Los policías estaban completamente satisfechos y se disponían a marcharse. La alegría de mi corazón era demasiado grande para reprimirla. Ardía en deseos de decirles, por lo menos, una palabra como prueba de triunfo y confirmar doblemente mi inocencia.
-Caballeros -dije, por fin, cuando el grupo subía la escalera-, me alegro mucho de haber disipado sus sospechas. Les deseo felicidad y un poco más de cortesía. Dicho sea de paso, caballeros, esta casa está muy bien construida… (En mi frenético deseo de decir alguna cosa con naturalidad, casi no me daba cuenta de mis palabras). Repito que es una casa de excelente construcción. Estas paredes… ¿ya se marchan ustedes, caballeros?… tienen una gran solidez.
Y entonces, arrastrado por mis propias bravatas, golpeé fuertemente con el bastón que llevaba en la mano sobre la pared del enladrillado tras de la cual se hallaba el cadáver de la esposa de mi corazón.Gato preto - 13 curiosidades intrigantes que você não sabe sobre eles
¡Que Dios me proteja y me libre de las garras del archidemonio! Apenas había cesado el eco de mis golpes cuando una voz respondió desde dentro de la tumba. Un quejido, sordo y entrecortado al comienzo, semejante al sollozar de un niño, que luego creció rápidamente hasta convertirse en un largo, agudo y continuo alarido, anormal, como inhumano, un aullido, un clamor de lamentación, mitad de horror, mitad de triunfo, como sólo puede haber brotado en el infierno de la garganta de los condenados en su agonía y de los demonios exultantes en la condenación.
Hablar de lo que pensé en ese momento sería locura. Presa de vértigo, fui tambaleándome hasta la pared opuesta. Por un instante el grupo de hombres en la escalera quedó paralizado por el terror. Luego, una docena de robustos brazos atacaron la pared, que cayó de una pieza. El cadáver, ya muy corrompido y manchado de sangre coagulada, apareció de pie ante los ojos de los espectadores. Sobre su cabeza, con la roja boca abierta y el único ojo como de fuego, estaba agazapada la horrible bestia cuya astucia me había inducido al asesinato y cuya voz delatadora me entregaba al verdugo. ¡Había emparedado al monstruo en la tumba!

ESOPO P/CRISTINA RODRIGUEZ LOMBA - EI CIERVO, EL MANANCIAL Y EL LEÓN

El ciervo, el manantial y el león
Adaptación de la fábula de Esopo
POR: CRISTINA RODRÍGUEZ LOMBA
Érase una vez un joven ciervo que vivía plácidamente en lo más profundo de un frondoso bosque. La historia cuenta que una tarde de muchísimo calor, comió unos cuantos brotes tiernos que había en un arbusto y después salió a dar un paseo.
El sol achicharraba sin compasión y de pronto se sintió agobiado por la sed. Olfateó un poco el aire para localizar el manantial más cercano y se fue hasta él caminando despacito. Una vez allí, bebió agua fresca a grandes sorbos.
– ¡Qué delicia! ¡No hay nada mejor que meter el hocico en el agüita fría los días de verano!
O encontro com o cervo-do-pantanal
Cuanto terminó de refrescarse cayó en la cuenta de que el agua transpariente del manantial le devolvía su propia imagen. Por lo general solía beber en pequeños charcos no demasiado limpios, así que nunca había tenido la oportunidad de contemplar su figura con claridad.
¡La sensación de verse reflejado en ese gran espejo le encantó! Se miró detenidamente desde todos los ángulos posibles y sonrió con satisfacción. Como la mayoría de los venados, era un animal muy hermoso, de suave pelaje pardo y cuello estilizado.
– ¡La verdad es que soy bastante más guapo de lo que pensaba! ¡Y qué astas tan increíbles tengo! Sin duda es la cornamenta más bella que hay por los alrededores.
El ciervo, presumido, observó su cabeza durante buen rato; después, se inclinó un poco y posó la mirada sobre el reflejo de sus patas, debiluchas y finas como cuatro juncos sobre un arroyo. Un tanto decepcionado, suspiró:
– Con lo grande y poderosa que es mi cornamenta ¿cómo es posible que mis zancas sean tan escuálidas? Parece que se van a romper de un momento a otro de lo largas y delgadas que son ¡Ay, si pudiera cambiarlas por las gordas y robustas patas de un león!

Estaba tan fascinado mirando su cuerpo que no se dio cuenta de que un león le vigilaba escondido entre la maleza hasta que un espantoso rugido retumbó a sus espaldas. Sin echar la vista atrás, echó a correr hacia la llanura como alma que lleva el diablo.
Gracias a que dominaba a la perfección la carrera en campo abierto y a que sus patas eran largas y ágiles, consiguió sacar una gran ventaja al felino. Cuando estuvo lo suficientemente lejos, se metió de nuevo en el bosque a toda velocidad.
¡Qué gran error cometió el cérvido! La que parecía una zona segura se convirtió en una gran trampa para él ¿Sabes por qué? Pues porque sin darse cuenta pasó bajo una arboleda muy densa y su enorme cornamenta se quedó prendida en las ramas más bajas.
 
Angustiado, comenzó a moverse como un loco para poder desengancharse. Su intuición le decía que el león no andaba muy lejos y su desesperación fue yendo en aumento.
– ¡Oh, no puede ser! ¡O consigo soltarme o no tengo salvación!
No se equivocaba en absoluto: por su derecha, el león se aproximaba sin contemplaciones. Pensó que tenía una única oportunidad y tenía que aprovecharla.
– ¡Ahora o nunca!
Aspiró profundamente e hizo un movimiento fuerte y seco con la cabeza. Podía haberse roto el cuello del tirón, pero por suerte, el plan funcionó: las ramas se partieron y quedó libre.                                          
– ¡Lo conseguí! ¡Lo conseguí! ¡Ahora tengo que largarme de este bosque como sea!
Corrió de nuevo hacia la llanura, donde no había árboles, y esta vez sí se perdió en la lejanía. Cuando el león salió del bosque y apareció en el claro, el único rastro que quedaba del ciervo era el polvo blanquecino levantado durante la huida. El león gruñó y regresó junto a la manada;
Mientras, el ciervo, muy lejos de allí, se sentía muy feliz ¡Se había salvado por los pelos! Jadeando y muerto de sed, buscó otro manantial de aguas frescas y lo encontró. Cuando terminó de beber, se quedó mirando su cara y su cuerpo, pero ahora, después de lo sucedido, su pensamiento era muy diferente.
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– ¡Qué equivocado estaba! Me quejaba de mis patas larguiruchas y flacas pero gracias a ellas pude salvar el pellejo; en cambio, mi preciosa cornamenta, de la que tan orgulloso me sentía, casi me lleva a la muerte.
Entonces, con humildad, admitió algo que jamás había tenido en cuenta.
– Hoy he aprendido una gran lección: en la vida, muchas veces, valoramos las cosas menos importantes. A partir de hoy, no me dejaré engañar por las apariencias.
Os cervos aprenderam a evitar os caçadores - Meus Animais
Moraleja: A veces entregamos nuestro corazón a personas que nos deslumbran pero que a la hora de la verdad no son tan geniales y nos fallan; al contrario, sucede que a veces ignoramos a otras que pasan más desapercibidas pero que son fantásticas y merece la pena conocer.
En la vida hay que evitar caer en la trampa de valorar a las cosas o a las personas por el aspecto, ya que como has visto en este cuento, las apariencias pueden engañar.
Cervo-Nobre - Fotos e Vídeo do Veado | Animais - Cultura Mix
       FIN

quinta-feira, 4 de junho de 2020

ANÓNIMO - LA BOLA DE CRISTAL

LA BOLA DE CRISTAL
[CUENTO FOLCLÓRICO - TEXTO COMPLETO.]
ANÓNIMO: CUENTOS FOLCLÓRICOS
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Vivía en otros tiempos una hechicera que tenía tres hijos, los cuales se amaban como buenos hermanos; pero la vieja no se fiaba de ellos, temiendo que quisieran arrebatarle su poder. Por eso transformó al mayor en águila, que anidó en la cima de una rocosa montaña, y sólo alguna que otra vez se le veía describiendo amplios círculos en la inmensidad del cielo. Al segundo lo convirtió en ballena, condenándolo a vivir en el seno del mar, y sólo de vez en cuando asomaba a la superficie, proyectando a gran altura un poderoso chorro de agua. Uno y otro recobraban su figura humana por espacio de dos horas cada día. El tercer hijo, temiendo verse también convertido en alimaña, oso o lobo, por ejemplo, huyó secretamente.
Cartões Personalizados, Gifs: A História de Renovação da Águia
Se había enterado de que en el castillo del Sol de Oro residía una princesa encantada que aguardaba la hora de su liberación; pero quien intentase la empresa exponía su vida, y ya veintitrés jóvenes habían sucumbido tristemente. Sólo otro podía probar suerte, y nadie más después de él. Y como era un mozo de corazón intrépido, decidió ir en busca del castillo del Sol de Oro.
Como uma baleia 52 ! | ARMY-BR Amino
Llevaba ya mucho tiempo en camino, sin lograr dar con el castillo, cuando se encontró extraviado en un inmenso bosque. De pronto descubrió a lo lejos a dos gigantes que le hacían señas con la mano, y cuando se hubo acercado le dijeron:
-Estamos disputando acerca de quién de los dos ha de quedarse con este sombrero, y, puesto que somos igual de fuertes, ninguno puede vencer al otro. Como ustedes, los hombrecillos, son más listos que nosotros, hemos pensado que tú decidas.
- ¿Cómo es posible que peleen por un viejo sombrero? -exclamó el joven.
- Es que tú ignoras sus virtudes. Es un sombrero milagroso, pues todo aquel que se lo pone, en un instante será transportado a cualquier lugar que desee.
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- Venga el sombrero -dijo el mozo-. Me adelantaré un trecho con él, y, cuando llame, echen a correr. Lo daré al primero que me alcance.
Y calándose el sombrero, se alejó. Pero, llena su mente de la princesa, se olvidó en seguida de los gigantes. Suspirando desde el fondo del pecho, exclamó:
-   ¡Ah, si pudiese encontrarme en el castillo del Sol de Oro! -y no bien habían salido estas palabras de sus labios, se halló en la cima de una alta montaña, ante la puerta del alcázar.
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Entró y recorrió todos los salones, encontrando a la princesa en el último. Pero ¡qué susto se llevó al verla! Tenía la cara de color ceniciento, lleno de arrugas; los ojos turbios y el cabello rojo.
- ¿Es usted la princesa cuya belleza ensalza el mundo entero?
Despite cheap effects, 'Annabelle' terrifying
Entró y recorrió todos los salones, encontrando a la princesa en el último. Pero ¡qué susto se llevó al verla! Tenía la cara de color ceniciento, lleno de arrugas; los ojos turbios y el cabello rojo.
- ¿Es usted la princesa cuya belleza ensalza el mundo entero?
- Quien se apodere de la bola de cristal y la presente al brujo, quebrará su poder y me restituirá mi figura original. ¡Ay! -añadió-, muchos han pagado con la vida el intento, y viéndote tan joven me duele ver el que te expongas a tan gran peligro por mí.
- Nada me detendrá -replicó él-, pero dime qué debo hacer.
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-Vas a saberlo todo -dijo la princesa-: Si desciendes la montaña en cuya cima estamos, encontrarás al pie, junto a una fuente, un salvaje bisonte, con el cual habrás de luchar. Si logras darle muerte, se levantará de él un pájaro de fuego, que lleva en el cuerpo un huevo ardiente, y este huevo tiene por yema una bola de cristal. Pero el pájaro no soltará el huevo a menos de ser forzado a ello, y si cae al suelo se encenderá y quemará cuanto haya a su alrededor, disolviéndose él junto con la bola de cristal, y entonces todas tus fatigas habrán sido inútiles.
Bison — Stock Photo © VolodymyrBur #28890205
         Bajó el mozo a la fuente y en seguida oyó los resoplidos y feroces bramidos del bisonte. Tras larga lucha consiguió traspasarlo con su espada, y el monstruo cayó sin vida.
Peregrinar hacia la Fuente de Agua Viva. San Ambrosio de Milán. - ReL
              En el mismo instante se desprendió de su cuerpo el ave de fuego y emprendió el vuelo; pero el águila, o sea, el hermano del joven, que acudió volando entre las nubes, se lanzó en su persecución, empujándola hacia el mar y acosándola a picotazos, hasta que la otra, incapaz de seguir resistiendo, soltó el huevo. 
VISÕES DO ENTARDECER | Lindas paisagens
Pero éste no fue a caer al mar, sino en la cabaña de un pescador situada en la orilla, donde en seguida empezó a humear y a despedir llamas. Se elevaron entonces gigantescas olas que, inundando la choza, extinguieron el fuego. Habían sido provocadas por el hermano, transformado en ballena, y una vez el incendio estuvo apagado, nuestro doncel corrió a buscar el huevo, y tuvo la suerte de encontrarlo. No se había derretido aún, pero, por la acción del agua fría, la cáscara se había roto. Así el mozo pudo extraer, indemne, la bola de cristal.
Gif animado de Baleias e imagens isentas
Al presentarse con ella al brujo y mostrársela, dijo éste:
-Mi poder ha quedado destruido y desde este momento tú eres rey del castillo del Sol de Oro. Puedes también desencantar a tus hermanos, devolviéndoles su figura humana.
Corrió el joven al encuentro de la princesa y, al entrar en su aposento, la vio en todo el esplendor de su belleza y, rebosantes de alegría, los dos intercambiaron sus anillos. 
        www.itapetingaagora.net: MORRE A ATRIZ ELIZABETH TAYLOR

terça-feira, 2 de junho de 2020

A. N. AFANASIEV - EL ZAREVICH CABRITO

EL ZAREVICH CABRITO
N. AFANASIEV
Nicolau e Alexandra, de Robert K. Massie | livrófagos
Eran un zar y una zarina que tenían un hijo y una hija. El hijo se llamaba Ivanuchka y la hija Alenuchka.
Cuando el zar y la zarina murieron, los hijos, como no tenían ningún pariente, se quedaron solos y decidieron irse a recorrer el mundo.
Se pusieron en camino y anduvieron hasta que el sol subió en el cielo a su mayor altura y sus rayos les quemaban implacablemente, haciéndoles ahogarse de calor sin ver a su alrededor vivienda alguna que les sirviera de refugio, ni árbol a la sombra del cual pudieran acogerse.
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En la extensa llanura percibieron un estanque, al lado del cual pastaba un rebaño de vacas.
— Tengo sed — dijo Ivanuchka.
— No bebas, hermanito, porque si bebes te transformarás en un ternero — le advirtió Alenuchka.
Ivanuchka obedeció y ambos siguieron su camino.
Anduvieron un buen rato y llegaron a un río, a la orilla del cual pacía una manada de caballos.
— ¡Oh, hermanita! ¡Si supieras qué sed tengo! — dijo otra vez Ivanuchka.
— No bebas, hermanito, porque te transformarás en un potro.
Ivanuchka obedeció y continuaron andando; después de andar mucho tiempo vieron un lago, al lado del cual pacía un rebaño de ovejas.
— ¡Oh, hermanita! ¡Quiero beber!
— No bebas, Ivanuchka, que te transformarás en un corderito.
Obedeció el niño otra vez; siguieron adelante y llegaron a un arroyo, junto al cual los pastores vigilaban a una piara de cerdos.
— ¡Oh, hermanita! ¡Ya no puedo más, tengo una sed abrasadora! — Exclamó Ivanuchka.
— No bebas, hermanito, porque te transformarás en un lechoncito.
Otra vez obedeció Ivanuchka, y ambos siguieron adelante. Anduvieron, anduvieron; el sol estaba todavía alto en el cielo y quemaba como antes; el sudor les corría por todo el cuerpo y todavía no habían podido encontrar ninguna vivienda. Al fin vieron un rebaño de cabras que pacía cerca de una laguna.
— ¡Oh, hermanita! ¡Ahora sí que beberé!
— ¡Por Dios, hermanito, no bebas, porque te transformarás en un cabrito!
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Pero esta vez Ivanuchka no pudo soportar más la sed y, no haciendo caso del aviso de su hermana, bebió agua de la laguna, y en seguida se transformó en un Cabrito que daba saltos y brincos delante de su hermana y balaba:
— ¡Beee! ¡Beee!, ¡Beee!
La desconsolada Alenuchka le ató al cuello un cordón de seda y se lo llevó consigo llorando amargamente.
Un día, el Cabrito, que iba suelto y corría y saltaba alrededor de su hermana, penetró en el jardín del palacio de un zar.
La servidumbre los vio y uno de los criados anunció al zar:
— Majestad, en el jardín de tu palacio hay una joven que lleva un cabrito atado con un cordón de seda; es tan hermosa que no se puede describir su belleza.
El zar ordenó que se enterasen de quién era tal joven.
Los servidores le preguntaron quién era y de dónde venía, y ella les contó su historia, diciéndoles:
— Mi hermano era zarevich y yo zarevna. Al morir nuestros padres y quedar huérfanos nos fuimos de casa para conocer el mundo, y el zarevich, no pudiendo soportar la sed que tenía, bebió agua de una laguna encantada y se transformó en un cabrito.
Los servidores refirieron al zar todo lo que habían oído y éste hizo llamar a Alenuchka, para enterarse detalladamente de su vida.
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El zar quedó tan encantado de Alenuchka que quiso casarse con ella, y al poco tiempo celebraron la boda, y vivían felices y contentos. El Cabrito, que estaba siempre con ellos, paseaba durante el día por el jardín, por la noche dormía en una habitación de palacio y para comer se sentaba a la mesa con el zar y la zarina.
Llegó un día en que el zar se fue de caza, y mientras tanto, una hechicera, por medio de sus artes de magia, hizo enfermar a la zarina, y la pobre Alenuchka adelgazó y se puso pálida como la cera. En el palacio y en el jardín todo tomó un aspecto triste; las flores se marchitaron, las hojas de los árboles se secaron y las hierbas se agostaron.
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El zar, al volver de caza y ver a su mujer tan cambiada, le preguntó:
— ¿Qué te pasa? ¿Estás enferma?
— Sí; no estoy bien — contestó ella.
Al día siguiente el zar se fue otra vez de caza mientras que Alenuchka guardaba cama. Vino a verla la hechicera y le dijo:
— ¿Quieres curarte? Pues ve a la orilla del mar y bebe su agua al amanecer y al anochecer durante siete días.
La zarina hizo caso del consejo, y al llegar el crepúsculo se dirigió a la orilla del mar, donde aguardaba ya la hechicera, la cual la cogió, le ató al cuello una piedra y la echó al mar; Alenuchka se sumergió en seguida. El Cabrito, presintiendo la desdicha, corrió hacia el mar, y al ver desaparecer a su hermana prorrumpió en un llanto muy amargo.
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Entretanto, la hechicera se vistió como la zarina, se presentó en palacio y empezó a gobernar.
Llegó el zar de caza y, sin notar el engaño, se alegró mucho al ver que la zarina había recobrado la salud. Sirvieron la cena y se pusieron a cenar.
— ¿Dónde está el Cabrito? — Preguntó el zar.
— Estamos mejor sin él — contestó la hechicera—; he ordenado que no lo dejen entrar, porque me molesta su olor a cabrío.
Al día siguiente, apenas el zar se fue de caza, la hechicera se puso a pegar al pobre Cabrito, y mientras lo apaleaba, le decía:
— ¡Aguarda, que en cuanto vuelva el zar le pediré que te maten!
Apenas el zar regresó, la hechicera empezó a convencerlo a fuerza de súplicas:
— ¡Da orden de que maten al Cabrito! Me ha fastidiado de tal modo, que no quiero verlo más.
Al zar le dio lástima, pero no pudo defenderlo porque la zarina le suplicaba con tanta tenacidad que no tuvo más remedio que consentir que lo matasen.

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Pocas horas después, el Cabrito, viendo que ya estaban afilando los cuchillos para cortarle la cabeza, corrió al zar y le rogó:
— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis entrañas.
El zar le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar.
Se paró en la orilla y exclamó con voz lastimera:
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
El pobre Cabrito se echó a llorar y se volvió a palacio.
A mediodía vino otra vez a pedir permiso al zar, diciéndole:
— ¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber agua y limpiar mis entrañas.
El zar volvió a darle permiso y el Cabrito corrió a todo correr hacia el mar, se paró en la orilla y exclamó:
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
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El pobre Cabrito se echó a llorar y volvió otra vez a palacio.
Entonces el zar pensó: ‘¿Por qué el Cabrito quiere ir siempre a la orilla del mar?’
Y cuando vino por tercera vez a pedirle permiso diciéndole: ‘¡Señor! Déjeme ir a la orilla del mar para beber agua y lavar mis entrañas’, lo dejó ir y se fue tras él.
Llegados a la orilla, oyó al Cabrito, que llamaba a su hermana.
— ¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka le contestó:
— ¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado, las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
Pero el Cabrito empezó a suplicar, llamándola con voz tiernísima, y entonces Alenuchka, haciendo un gran esfuerzo, subió de las profundidades del mar y apareció en la superficie. El zar la cogió, desató la piedra que tenía atada al cuello, la sacó a la orilla y le preguntó lleno de asombro:
— ¿Cómo te ha sucedido tal desgracia?
Ella le contó todo, el zar se alegró muchísimo y el Cabrito también, manifestando su alegría con grandes saltos. Los árboles del jardín de palacio reverdecieron, las plantas florecieron y todo alrededor del palacio se llenó de risa y júbilo.
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En cuanto a la hechicera, el zar dio orden de ejecutarla. En el centro del patio encendieron una gran hoguera y en ella quemaron a la bruja.
Después de haber hecho justicia, el zar, su mujer y el Cabrito vivieron felices y en paz, aumentando sus bienes y sin separarse nunca.
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FIM