EL ZAREVICH CABRITO
N. AFANASIEV
Eran un
zar y una zarina que tenían un hijo y una hija. El hijo se llamaba Ivanuchka y
la hija Alenuchka.
Cuando
el zar y la zarina murieron, los hijos, como no tenían ningún pariente, se
quedaron solos y decidieron irse a recorrer el mundo.
Se
pusieron en camino y anduvieron hasta que el sol subió en el cielo a su mayor
altura y sus rayos les quemaban implacablemente, haciéndoles ahogarse de calor
sin ver a su alrededor vivienda alguna que les sirviera de refugio, ni árbol a
la sombra del cual pudieran acogerse.
En la
extensa llanura percibieron un estanque, al lado del cual pastaba un rebaño de
vacas.
— Tengo
sed — dijo Ivanuchka.
— No
bebas, hermanito, porque si bebes te transformarás en un ternero — le advirtió
Alenuchka.
Ivanuchka
obedeció y ambos siguieron su camino.
Anduvieron
un buen rato y llegaron a un río, a la orilla del cual pacía una manada de
caballos.
— ¡Oh,
hermanita! ¡Si supieras qué sed tengo! — dijo otra vez Ivanuchka.
— No
bebas, hermanito, porque te transformarás en un potro.
Ivanuchka
obedeció y continuaron andando; después de andar mucho tiempo vieron un lago,
al lado del cual pacía un rebaño de ovejas.
— ¡Oh,
hermanita! ¡Quiero beber!
— No
bebas, Ivanuchka, que te transformarás en un corderito.
Obedeció
el niño otra vez; siguieron adelante y llegaron a un arroyo, junto al cual los
pastores vigilaban a una piara de cerdos.
— ¡Oh,
hermanita! ¡Ya no puedo más, tengo una sed abrasadora! — Exclamó Ivanuchka.
— No
bebas, hermanito, porque te transformarás en un lechoncito.
Otra vez
obedeció Ivanuchka, y ambos siguieron adelante. Anduvieron, anduvieron; el sol
estaba todavía alto en el cielo y quemaba como antes; el sudor les corría por
todo el cuerpo y todavía no habían podido encontrar ninguna vivienda. Al fin
vieron un rebaño de cabras que pacía cerca de una laguna.
— ¡Oh,
hermanita! ¡Ahora sí que beberé!
— ¡Por
Dios, hermanito, no bebas, porque te transformarás en un cabrito!
Pero
esta vez Ivanuchka no pudo soportar más la sed y, no haciendo caso del aviso de
su hermana, bebió agua de la laguna, y en seguida se transformó en un Cabrito
que daba saltos y brincos delante de su hermana y balaba:
— ¡Beee!
¡Beee!, ¡Beee!
La
desconsolada Alenuchka le ató al cuello un cordón de seda y se lo llevó consigo
llorando amargamente.
Un día,
el Cabrito, que iba suelto y corría y saltaba alrededor de su hermana, penetró
en el jardín del palacio de un zar.
La servidumbre
los vio y uno de los criados anunció al zar:
—
Majestad, en el jardín de tu palacio hay una joven que lleva un cabrito atado
con un cordón de seda; es tan hermosa que no se puede describir su belleza.
El zar
ordenó que se enterasen de quién era tal joven.
Los
servidores le preguntaron quién era y de dónde venía, y ella les contó su
historia, diciéndoles:
— Mi
hermano era zarevich y yo zarevna. Al morir nuestros padres y quedar huérfanos
nos fuimos de casa para conocer el mundo, y el zarevich, no pudiendo soportar
la sed que tenía, bebió agua de una laguna encantada y se transformó en un
cabrito.
Los
servidores refirieron al zar todo lo que habían oído y éste hizo llamar a
Alenuchka, para enterarse detalladamente de su vida.
El zar
quedó tan encantado de Alenuchka que quiso casarse con ella, y al poco tiempo
celebraron la boda, y vivían felices y contentos. El Cabrito, que estaba
siempre con ellos, paseaba durante el día por el jardín, por la noche dormía en
una habitación de palacio y para comer se sentaba a la mesa con el zar y la
zarina.
Llegó un
día en que el zar se fue de caza, y mientras tanto, una hechicera, por medio de
sus artes de magia, hizo enfermar a la zarina, y la pobre Alenuchka adelgazó y
se puso pálida como la cera. En el palacio y en el jardín todo tomó un aspecto
triste; las flores se marchitaron, las hojas de los árboles se secaron y las
hierbas se agostaron.
El zar,
al volver de caza y ver a su mujer tan cambiada, le preguntó:
— ¿Qué
te pasa? ¿Estás enferma?
— Sí; no
estoy bien — contestó ella.
Al día
siguiente el zar se fue otra vez de caza mientras que Alenuchka guardaba cama.
Vino a verla la hechicera y le dijo:
—
¿Quieres curarte? Pues ve a la orilla del mar y bebe su agua al amanecer y al
anochecer durante siete días.
La zarina
hizo caso del consejo, y al llegar el crepúsculo se dirigió a la orilla del
mar, donde aguardaba ya la hechicera, la cual la cogió, le ató al cuello una
piedra y la echó al mar; Alenuchka se sumergió en seguida. El Cabrito,
presintiendo la desdicha, corrió hacia el mar, y al ver desaparecer a su
hermana prorrumpió en un llanto muy amargo.
Entretanto,
la hechicera se vistió como la zarina, se presentó en palacio y empezó a
gobernar.
Llegó el
zar de caza y, sin notar el engaño, se alegró mucho al ver que la zarina había
recobrado la salud. Sirvieron la cena y se pusieron a cenar.
— ¿Dónde
está el Cabrito? — Preguntó el zar.
—
Estamos mejor sin él — contestó la hechicera—; he ordenado que no lo dejen
entrar, porque me molesta su olor a cabrío.
Al día siguiente,
apenas el zar se fue de caza, la hechicera se puso a pegar al pobre Cabrito, y
mientras lo apaleaba, le decía:
—
¡Aguarda, que en cuanto vuelva el zar le pediré que te maten!
Apenas
el zar regresó, la hechicera empezó a convencerlo a fuerza de súplicas:
— ¡Da
orden de que maten al Cabrito! Me ha fastidiado de tal modo, que no quiero
verlo más.
Al zar
le dio lástima, pero no pudo defenderlo porque la zarina le suplicaba con tanta
tenacidad que no tuvo más remedio que consentir que lo matasen.
Pocas
horas después, el Cabrito, viendo que ya estaban afilando los cuchillos para
cortarle la cabeza, corrió al zar y le rogó:
—
¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber allí agua y limpiar mis
entrañas.
El zar
le dio permiso y el Cabrito corrió a toda prisa hacia el mar.
Se paró
en la orilla y exclamó con voz lastimera:
—
¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las
calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero
para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka
le contestó:
—
¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado,
las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre
mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
El pobre
Cabrito se echó a llorar y se volvió a palacio.
A
mediodía vino otra vez a pedir permiso al zar, diciéndole:
—
¡Señor! Permíteme ir a la orilla del mar para beber agua y limpiar mis
entrañas.
El zar
volvió a darle permiso y el Cabrito corrió a todo correr hacia el mar, se paró
en la orilla y exclamó:
—
¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las
calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero
para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka
le contestó:
—
¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado,
las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre
mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
El pobre
Cabrito se echó a llorar y volvió otra vez a palacio.
Entonces
el zar pensó: ‘¿Por qué el Cabrito quiere ir siempre a la orilla del mar?’
Y cuando
vino por tercera vez a pedirle permiso diciéndole: ‘¡Señor! Déjeme ir a la
orilla del mar para beber agua y lavar mis entrañas’, lo dejó ir y se fue tras
él.
Llegados
a la orilla, oyó al Cabrito, que llamaba a su hermana.
—
¡Alenuchka, hermanita mía, sal a la orilla! ¡Han encendido ya las hogueras, las
calderas están llenas de agua hirviente, están afilando los cuchillos de acero
para matarme! ¡Pobre de mí!
Alenuchka
le contestó:
—
¡Ivanuchka, hermanito mío, la piedra que está atada a mi cuello pesa demasiado,
las algas sedosas se enredaron a mis pies, la arena amarilla se amontonó sobre
mi pecho, la feroz serpiente ha chupado toda la sangre de mi corazón!
Pero el
Cabrito empezó a suplicar, llamándola con voz tiernísima, y entonces Alenuchka,
haciendo un gran esfuerzo, subió de las profundidades del mar y apareció en la
superficie. El zar la cogió, desató la piedra que tenía atada al cuello, la
sacó a la orilla y le preguntó lleno de asombro:
— ¿Cómo
te ha sucedido tal desgracia?
Ella le
contó todo, el zar se alegró muchísimo y el Cabrito también, manifestando su
alegría con grandes saltos. Los árboles del jardín de palacio reverdecieron,
las plantas florecieron y todo alrededor del palacio se llenó de risa y júbilo.
En
cuanto a la hechicera, el zar dio orden de ejecutarla. En el centro del patio
encendieron una gran hoguera y en ella quemaron a la bruja.
Después
de haber hecho justicia, el zar, su mujer y el Cabrito vivieron felices y en
paz, aumentando sus bienes y sin separarse nunca.
FIM
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