DE FANTASMAGORÍAS Y DESMADRES
RAMÓN
GÓMEZ DE LA SERNA
Ramón
Gómez de la Serna (Madrid, 3 de julio de 1888-Buenos Aires, 12 de enero de 1963)
fue un prolífico escritor y periodista vanguardista español, generalmente
adscrito a la generación de 1914 o novecentismo, e impulsor del género
literario conocido como greguería. Posee una obra literaria extensa que va
desde el ensayo costumbrista o la biografía (escribió varias: sobre Valle
Inclán, Azorín y sobre sí mismo: Automoribundia) hasta la novela y el teatro. Su vida y obra es una ruptura
contra las convenciones. Es así una encarnación con el
espíritu y la actuación de las vanguardias, a las que dedicará un libro llamado
Ismos. Su obra es extensa y su eje central son lãs greguerías: un género
iniciado por él, como un conjunto de apuntes en los que encierra una pirueta
conceptual o una metáfora insólita. Suelen ser de varios tipos: chistes, juegos de palabras,
o incluso también como apuntes filosóficos.
«Ramón», como le gustaba que le llamaran, escribió un
centenar de libros, la gran mayoría traducidos a varios idiomas. Divulgó las vanguardias europeas desde su concurrida tertulia en el Café
de Pombo inmortalizada por su amigo, el pintor y escritor expresionista José
Gutiérrez Solana. Escribió especialmente biografías en que el personaje
reseñado suponía en realidad una excusa para la divagación y la acumulación de
anécdotas, verdaderas o inventadas.
POR FIN
EL CRIMEN PERFECTO
No soñaba más que con el crimen perfecto, un crimen que no se supiese
cómo se había realizado ni quién había podido ser su autor. Había leído todas
las novelas en las que se planteaba esa posibilidad y había asistido a las
películas en que la preparación de un buen crimen vale un millón de dólares. No
deseaba otra cosa que dejar a la humanidad consternada con el crimen sin
posibilidad de solución ni pesquisa. Se reía de Poe, que necesitaba, para
fabricar un crimen casi perfecto, un orangután que se ha escapado con la navaja
de afeitar de un marinero. Un día tuvo la idea genial del crimen perfecto. Eligió
una casa misteriosa y puso su alcoba en la habitación con ventana de reja y
puerta dotada de buena llave y eficaz cerrojo. Primero sacó dinero del banco y
destruyó ese dinero meticulosamente y sin dejar rastro alguno. En la noche del
crimen revolvió sus cajones dejando fuera y a medio asomar ropas y corbatas. Tiró
su cartera vacía en el suelo y sin ser zurdo se infirió con la mano izquierda
un fuerte puñalada en la espalda. Después, en decúbito sobre la cama y con un
botón en la mano derecha como si en la lucha se lo hubiera arrancado al
asesino, se fue desangrando y se murió. El crimen resultó enrevesado y nadie
comprendió jamás por dónde había entrado y salido el asesino, ¡pero también fue
gracioso que para cometer el crimen perfecto su autor tuviese que asesinarse.